«Blackstar»: El último suspiro de genialidad de David Bowie

«Blackstar»: El último suspiro de genialidad de David Bowie

ISO / Columbia / Sony, 2016

La gran mayoría de los artistas de rock alcanza su peak de creatividad y riesgo en sus primeros discos, en la juventud, cuando todo apremia, todo es urgente y no hay mucha mesura. No hay una imagen que cuidar, sino que por el contrario, hay mucho que construir. La energía vital es abundante, y por ende las zonas de confort aún pueden esperar. Los artistas más viejos, en cambio, son aquellos que empiezan a refugiarse en aquellos sonidos más cómodos, para ellos y para la audiencia. Al volverse clásico, el artista viejo suele desafiar menos a su audiencia, y por su parte, a los oídos de mayor edad pocas ganas les quedan de ser desafiados. Eso es lo que comúnmente ocurre.

David Bowie desafió con creces esta sentencia. Bordeando los 70 años, parecía estar en un momento iluminado. Después de 10 años de silencio discográfico, en 2013 lanzó primero “The Next Day”, uno de los mejores discos de su carrera, con vocación bien pop, gracias a canciones breves y muy melódicas. Lo que hizo el duque en 2016 con “Blackstar” es algo completamente distinto. Estamos en frente de un disco totalmente visceral, incómodo y desafiante al oído y a la vista, gracias a un apoyo audiovisual único.

Sin traicionarse un ápice, Bowie lanza discos frescos, consonantes con los sonidos actuales, pero que siguen siendo Bowie. Haciendo gala de su título de “camaleón”, el inglés en cada época que le ha tocado vivir musicalmente se mimetiza, aprende muy bien el lenguaje musical que se está hablando en el momento, pero también propone, transforma, aporta. Blackstar no es la excepción.

¿A qué suena esta nueva placa? Se había anunciado un disco bien experimental, con harto jazz y electrónica a la krautrock. Todo cierto. El disco recuerda en más de un pasaje al sonido de “Outside” (1995), su referente más cercano. Pero acá estamos en frente de una placa mucho más compacta, más pulida y perfecta. “Blackstar”, el tema que da nombre al disco, es el aviso de que estamos en frente de algo diferente. Se trata de una canción de 9 minutos completamente teatral y tétrica, en donde Bowie alterna el fantasmagórico registro vocal que desarrolló en la vejez, con el tono más pop que le otorga su voz limpia. Tanto en esta, como en otras canciones del disco (“Tis a Pity She Was a Whore”, “Sue (Or in a Season of Crime)”), los sonidos del rock, la electrónica y el jazz confluyen magistralmente. El segundo single, “Lazarus”, nos trae de vuelta a la exquisita forma que tiene Bowie de hacer pop, con esa elegancia única que fue bien desarrollada en “Heathen” (2002). A pesar del riesgo y la experimentación, “Blackstar” es de todas formas un disco accesible y que gusta rápidamente, en parte gracias a canciones como ésta que ponen la pausa.

Así como la juventud es una etapa donde la vitalidad es la fuente de la creatividad, tal vez la vejez, la mayor cercanía con la muerte, a su modo también lo sea. No es casualidad que Bowie nos haya recordado el 8 de enero, su fecha de cumpleaños, con sus dos últimos lanzamientos. No es casualidad que esta elección haya sido, a sus 69 años, luego de 12 años sin girar, y 10 sin presentarse en público. No es casualidad que, en una joda magistral, le haya pedido al actor Michael C. Hall que acuda al late de Stephen Colbert a interpretar “Lazarus” por él. No es casualidad que el coro de “The Next Day” grite con fuerza “Here I am/ Not quite dying”.

Con sus últimos dos discos, y especialmente con “Blackstar”, David Bowie le demostró a todo el mundo que es el que mejor ha envejecido de su generación. Estaba en un momento creativo brillante, y casi ninguno de sus pares, y vaya de qué talentosos pares estamos hablando, puede decir lo mismo.

David Bowie falleció dos días después de sacar este disco, su última y gran obra maestra. 

Felipe Godoy

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