Disco inmortal: Candlebox (1993)
Maverick / Warner Bros., 1993
En los noventas, ser de Seattle y no pertenecer al cuarteto de bandas del Grunge (Nirvana, Soundgarden, Pearl Jam y Alice in Chains) era asumir un riesgo contra las expectativas de la crítica y, especialmente, de la fanaticada. Desde esa ciudad llegó el grupo Candlebox con su álbum debut homónimo, lanzado en 1993. El argumento más fuerte para calar hondo en esa generación de oyentes es la expresiva voz de Kevin Martin, un cantante nacido en Elgin, Illinois. Él y el baterista Scott Mercado dieron inicio a Candlebox en 1990. Un año después se les unieron Peter Klett en guitarra y Bardi Martin en bajo, y los cuatro iniciaron una serie de conciertos en clubes de su ciudad natal, entre 1991 y 1992, lo que les dio material para grabar un EP de ocho canciones. Es el comienzo de una historia prometedora para los de Seattle.
El EP en cuestión captó la atención de Maverick Records, sello que se comprometió con la distribución del disco debut. Lo primero que grabó Candlebox para este álbum fueron las canciones “You” y “Far Behind”, en los estudios Robert Lang en Shoreline, Washington, registradas en 1992. Al año siguiente, entre Marzo y Abril, graban los nueve temas restantes en los estudios London Bridge de Seattle, además de algunos cortes que no quedaron en la edición final, reservándose para otros lanzamientos. Finalmente, en Julio de 1993 se lanzó este debut homónimo.
El disco parte con una irónica risa que abre “Don’t You”, el primer corte que presenta a Candlebox con toda su fuerza guitarrera y la intensidad vocal de Kevin Martin en todo su esplendor. El track número dos es de largo aliento, “Change” y sus 6 minutos 24 segundos, paseándose entre la calma y la furia. Tras esto viene el single “You” (lanzado como el segundo del disco), reconocido por su intro de guitarra y los cambios de velocidad y de matices vocales que ofrece Kevin Martin en casi cinco minutos, sumado a dos furiosos “Fuck You!” en distintas partes de la letra. El caso de «far Behind» es sublime y emotivo: la pérdida de Andrew Wood de Mother Love Bone es lo que protagoniza todo, un homenaje que trasciende generaciones gracias a las bondades en composición de estos nuevos grandes del grunge, que vivieron todo desde muy cerca: pérdidas, el arrollador éxito, penas y alegrías fantásticas de lo que todo este movimiento significó.
Pero el disco es una carta abierta a la tristeza, nostalgia e instrospección y melodía, con aquellos claros síntomas del grunge noventero: «Blossom» puede ser perfectamente una de las mejores canciones paridas en el estilo, belleza compartida en las primeras estrofas y desgarrados gritos de Martin: «Luces te lavan la cara/Blanco pálido y brumoso/Flores de color/Tus ojos parecen siempre cambiantes/En mi mente/Los colores sangran al rojo/Mientras beso tu cara/Quiero decirte/Te amo/Todos los días a medida que crecemos/Sí, ahora lo sé todo por mi cuenta/Puedes sentir mi dolor/Mientras caminas», en tanto «Rain» apela al clima de Seattle para hacerte volar en un jam algo blusero para sobrepasar -nuevamente- los seis minutos y medio pasando por ciertos arranques de fuerzas y un groove vocal impresionante con agradables solos escuela McCready. En un disco en que el rock y la fuerza de las guitarras y complicidades en lineas de bajo combaten fuerzas, caso poderoso es con la gran «Arrow», donde todo se desata en pos del headbanging y el ritmo de las baterías.
La verdad es que cada tema goza de sutileza y cierta capacidad instrumental que se adereza con la sensibilidad y emoción: «Cover Me» llegaba al final con lamentos del vocalista y bellos rasgueos de guitarras, con los in crescendos con que va propagándose con la fuerza de la oscuridad de un alma, y así, casi al caer el disco, nos deja otro bello clásico que con los 25 años de distancia se aprecia aún más.
El éxito de Candlebox y su disco debut se tradujo en un #7 del Billboard 200, posición que le tomó más de un año para alcanzar desde el lanzamiento, recién en Agosto de 1994. Una inconfundible voz, unas buenas canciones y un disco que invitan a pensar en lo injustamente subvalorado que ha sido Candlebox.
Por Carolina Plaza