Limp Bizkit y su regreso a Chile: El Renacimiento de una estampida
Limp Bizkit tiene muy mala prensa. Porque pese a que entre 1999 y 2001 colmaron todas las portadas de revistas, y un porcentaje importante de la parrilla de MTV y de todas las radios juveniles de Estados Unidos y el mundo (Chile incluido), periodistas, proto hipsters de la época, y renegados fans se encargaron de gritar a los cuatro vientos que los de Jacksonville no eran más que un producto comercial que nunca fue de su real gusto. Un esnobismo en el límite de la hipocresía, que aún reflejaba la resaca de la ética grunge y del rock alternativo, que renegaba de cualquier sobreexposición. También es cierto que Fred Durst no ponía demasiado de su parte por esos días para hacer respetar a una banda donde los jockeys, los polerones Adidas y la megalomanía de su frontman opacaban una propuesta musical que era algo más que pura estética.
Lo cierto es que Limp Bizkit fue el combo con mayor visibilidad (a la larga, no el más exitoso), y la punta de lanza mediática del último movimiento del rock que se tomó el mundo, y que continuó con esa linda tradición de mantener al rock en un sitial del que nunca debió haber salido: el de la popularidad, de las masas. Les guste o no a aquellos de paladar musical más fino, el nu metal fue el último estilo de rock con una propuesta original, sin demasiados antecedentes previos (salvo actos de principios de los ’90 como Rage Against the Machine o Body Count), y que gozó de popularidad absoluta. Si bien fue pasajero, ninguno de los movimientos posteriores, ni el garage revival, ni el blues rock revival, ni el post punk revival, ni el folk rock revival pueden decir lo mismo, pese a que cuenten con el aplauso de la prensa especializada y de una base de fans cada día más elitista.
¿Y qué fue de Limp Bizkit?
Hubo bandas que sobrevivieron después de la sobreexposición del nü metal a principios de siglo. Probablemente, Deftones es la que goza de mejor salud en términos compositivos, y System of a Down terminó convirtiéndose en la banda más sólida de toda la generación en términos de propuesta musical y puesta en escena en vivo. Korn, por su parte, siguió sacando discos marcados por su irrelevancia, pero siempre serán respetados por ser una de las bandas propulsoras del género, y por cierto, por su inconfundible sonido. ¿Qué fue de Limp Bizkit en todo esto?
Después del peak compositivo que fue Significant Other (1999), un disco que a pesar de estar hecho para gustarle a todo el mundo, exuda más frescura que mecánica premeditación, la banda editó “Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water” (2000), su peak de popularidad. Inferior en calidad musical a su antecesor, éste cuenta con tracks que ya son prácticamente bailables (“Rollin” tiene hasta coreografía), y acá sí se nota el descaro de la autoparodia y ganas de solamente vender. Este disco, que terminó con la salida del talentoso guitarrista Wes Borland, probablemente exacerbó el sentimiento negativo y confirmó los prejuicios de los enemigos del género hacia el grupo. De ahí en más, Limp Bizkit se vino cuesta abajo con lanzamientos irregulares, entradas y salidas de integrantes de la banda, y un receso que duraría hasta 2009.
Un renacimiento sin muchas pretensiones.
En 2011, la banda edita “Gold Cobra”, con todos sus miembros estelares de vuelta, y Limp Bizkit toma un segundo aire. Se nota una banda con ganas de pasarlo bien, que ya no aspira a llenar estadios y, contra todo pronóstico, opera en un bajo perfil. “Gold Cobra” no es para nada un mal disco, cuenta con 3 o 4 canciones que pueden defenderse muy bien en vivo, y cumplió su objetivo de mantener al grupo vivo y con ganas de tocar juntos.
Este segundo aire fue el que trajo a Limp Bizkit a Chile en dos oportunidades (2011 y 2013). Sus shows son entretenidos. Es un lujo ver a Wes Borland en vivo, y la banda dispara un hit tras otro, convirtiendo la jornada, más que en un concierto, en una fiesta. Sin embargo, a veces la banda no es del todo complaciente, y no es raro verlos omitiendo hits fundamentales en los setlist (como cuando en su presentación en Chile de 2013, no tocaron “Nookie” ni “Re-Arranged”). También es cierto que a pierden tiempo incorporando mini set de covers que le quitan espacio a otras canciones de la banda (como cuando, nuevamente en 2013, acá interpretaron pálidas versiones de “Smells Like Teen Spirit” y “Killing in the Name”). Finalmente, Fred Durst es muy bueno para conversar e interactuar con el público, e invitar fans a cantar al escenario, a tal punto que a veces se le pasa la mano y el timing del concierto puede verse algo trastocado para quienes solo gustan de escuchar la música. Pero, sin duda, es un show para recordar, que no deja a ninguno de los asistentes indiferente.
El show de Limp Bizkit es una puesta en escena con personalidad, con ánimo de fiesta, donde a veces lo estrictamente musical pasa a segundo plano, para dar pie a la pura entretención. La banda viene el próximo 20 de mayo a celebrar con nosotros su vigésimo aniversario y la previa de la salida de un nuevo álbum de estudio “Stampede of the disco elephants”, y es más que seguro que la ocasión ameritará sorpresas, diversión y la cercanía y buen sonido que siempre entrega el Teatro Caupolicán.
Por Felipe Godoy Ossa