Aghori Mhori Mei, el regreso de The Smashing Pumpkins: La inevitable soledad del viaje personal
Tuvieron que pasar 12 años —desde el lanzamiento de Oceania— para que Billy Corgan regresara con un trabajo completamente cohesivo que sonara a los Smashing Pumpinks que conocemos. Porque la ocurrencia de una ópera rock dividida en tres actos: ATUM (post CYR y Shiny And Oh So Bright, VOL 1/LP: No Past. No Future. No Sun), como era de esperar, dejó convertida a la banda que antaño removía nuestras entrañas y nos devoraba el corazón por dentro, en una banda inerte con un puñado de temas salvables. Resultaba sangrante remitirse a las sensaciones que nos brindaban en los noventa. Una nostalgia smashiana recordar esa habitación oscura, el canto a la melancolía, el salir herido. Porque eso eran los Smashing: la herida, el desangrarse. Y las heridas nos recuerdan que estamos vivos y venimos del fuego.
Entonces aparece el Aghori Mhori Mei como un ritual de fuego creativo, oscilando entre la nostalgia y la búsqueda de relevancia, desprendiéndose de las influencias que habían caído sobre sus últimos discos y reconectándose con el espíritu noventero; no tanto cómo mirar hacia atrás con sentimentalismo si no como un medio para avanzar, para encontrar el equilibrio entre el éxito y el fracaso y demostrar de forma correcta que el sonido de lo que fue una de las bandas de rock más influyentes el planeta aún está presente. Esta también es la clave del nombre del disco. Los Aghori son una secta extremista hindú que rechaza las normas sociales y se entrega a oscuros ritos de canibalismo y adoración a la muerte. Mhori probablemente sea una alteración de Mahori (derivado del término sánscrito para bello o atractivo, que se refiere a un grupo musical de cuerdas tailandesas), mientras que Mei es un posesivo hindi, utilizado como “en mis abrigos” o “mi banda” que también se conecta con el juego familiar de Corgan de reconfigurar la imagen de la banda con cada proyecto.
Pero este disco está lejos de ser macabro o caníbal. Se trata sin duda del más célebre y terrenal regreso de los Smashing. Desde el momento inicial, con Edin, qué es una meditación profunda sobre la existencia y la pérdida, revela su distorsión y su estilo progresivo. Dejando a los Kyuss como si fueran Diego Torres. (Lift mine eyes in his stead/ Trade on King to play death/ and sate such grief coax faith breath). Es una introducción ominosa a lo que se viene. Un stoner cargado de texturas y matices psicodélicos que nos hipnotiza de entrada. Pentagrams nos conduce a una voz Corgiana clásica que se extrañaba entremedio de interludios sintetizados y góticos y que habla sobre el amor eterno y su inquebrantable presencia a lo largo del tiempo. Desde el inicio la repetición de (Love Never die) establece un tono de inmortalidad y perpetuidad. Y aunque la atmósfera es bastante densa y nos invita a la introspección, posee un riff con espíritu de AOR que conecta con la profunda Sighommi que explora la dualidad del amor y el dolor. La clásica lucha interna entre la esperanza y la desesperación que es tema recurrente en la obra de los Smashing Pumpkins. (As a Janus exclaims/ Don’t you flee/ Don’t but stray far/ You can never leave this stage). La referencia a Janus el dios romano de las puertas y los comienzos, simboliza la transición sugiriendo que Corgan está atrapado entre el pasado y el futuro entre el dolor y la posibilidad de un nuevo comienzo. Por algún motivo suena bastante parecida a algo que los A Perfect Circle pudieron haber escrito.
Pentecost es esa producción romántico-melancólica, clásica de Corgan, que habla sobre que perder es una función inherente del corazón y que se necesita dolor para sentir. Una Disarm moderna que Corgan lidera como director de orquesta y que crece hasta un clímax entusiasta. (I’ve been saying goodbye forever/ If you can recall when you’d fix and hold my gaze/ And our lies were hard yet clever/ And this life was sweet and not pain).
La introducción de War Dreams Of Itseft en batería acelera el ritmo y es uno de los mejores momentos del disco seguido por el (¡Oh, Babylon, Babylon!) de Corgan. Es perfectamente una canción heredera del metal alternativo que se eleva por la maestría en guitarra. —(Corgan es más metalero que los metaleros)—. Y que da paso a mi canción favorita del álbum. Who Goes There. Es una de las canciones más memorables que he escuchado este año. La voz de Corgan se resiente mostrando con evidencia el paso de los años, pero tan pronto superamos esa barrera y nos adentramos en lo que significa, nos reencontramos con el Corgan del Siamese Dream, del Adore, del Mellon Collie. Y es una experiencia verdaderamente maravillosa. Quiénes somos y que buscamos en nuestra vida nos plantea. (I’ve never been to Katmandu/ I’ve never had the mien to choose/ What they want from me/ I’m hanging ‘round on tender hooks/ If only we had more than time). La repetida referencia a Katmandú, un lugar exótico y distante, simboliza quizás un anhelo de escape o una búsqueda de algo más allá de lo cotidiano. Pero a esta altura, ¿quién podría escapar si existe esta canción?
999 y Goeth The Fall son sin duda los puntos más altos del Aghori Mhori. Muy Manic Street Preachers. Esta última es como una inversión de 1979. Una balada otoñal con una guitarra melancólica que nos deja el alma demasiado débil y un hermoso piano que al oírlo perdemos un poco la constancia del tiempo. (I’m tired of lying in wait for your love). Es una pieza lírica llena de simbolismo y metáforas melancólicas que culmina en una de las mejores frases del disco que es más bien una petición de —alcánzame a través del fuego—. Esta canción se encuentra entre las mejores que Corgan a grabado en los últimos años.
Sicarus se centra en Kali, la diosa hindú de la destrucción y el renacimiento. Acá vuelven los Smashing con un riff pesado y stoner y con ello el deseo de trascender a un estado puro de amor y redención. La dualidad de Kali, que puede destruir cómo crear, retrata lo que ha sucedido con los Smashing durante los últimos años, esta ambivalencia que puede ser tanto como gloria o como caos. Y de este caos surge Murnau. La inevitable soledad del viaje personal. Una poderosa balada orquestal barroca. Conmovedora. Donde Corgan invoca el espíritu del cine mudo. (A screen but captures you/ In thrall yet ghost’s remove/ With languor said I’d be reborn/ We live and ride alone). El cráneo de Murnau fue – famosamente- robado de su tumba hace unos años. El porqué sigue siendo un misterio. Seguramente hay una parte en Corgan que reflexiona sobre el extraño giro del destino aquí, ya que Murnau murió en un accidente automovilístico cuando parecía estar en su momento más poderoso. (Como lo fue también la partida de Jeff Buckley y tantos otros). El robo de su cráneo parece estar tan relacionado con una mitología secreta y oculta dentro del ADN del cine mudo (el Nosferatu de Murnau sigue siendo tan sobrenatural y amenazadoramente orgánico como debió haber sido hace un siglo), como un símbolo de los extremos a los que conduce la adoración iconográfica. Así que, por supuesto, “Murnau» tenía que terminar siendo una de las canciones más anhelantes y tristes de Corgan, un final que, si esto marcara la última declaración de Corgan, parecería dolorosamente apropiado. Pero ojalá no sea así. Queremos al pelao Corgan para rato porque los Smashing han vuelto. Han vuelto con un disco que entrega seguridad. Un disco que está repleto de ideas. El Aghori Mhori Mei es un viaje en el que cada paso parece importar para llegar al siguiente. Un viaje de una banda que hace más de 30 años circula por nuestras venas y que claramente aún tiene muchas cosas por decir.