Black Label Society en Chile: Sociedad de alto octanaje
Con fecha pactada para el 12 de abril, en el Teatro Caupolicán, se desarrolló el cuarto Santiago Chapter; tras los previos desembarcos de 2008, 2011 y 2014. Porque esta última década ha sido habitual tener por estas latitudes a Zakk Wylde. Y si no se trata de su banda, también está la opción de venir acompañando a Ozzy Osbourne, en plan solista o con su proyecto Zakk Sabbath. El vikingo siempre encuentra la manera de mantenerse ocupado. En tanto, lo que esta vez convocó fue la presentación de la última placa de estudio de Black Label Society: Grimmest Hits (2018).
Con un teatro al que le costó llenar su cancha, ni hablar del puñado de personas en la platea, y tras el paso de los nacionales Saken como número de apertura; a eso de las 21:15 horas literalmente cayó el telón. Entraron a toda máquina con Genocides Junkies, y sin descanso hicieron el doblete con Funeral Bell. Zakk como siempre enorme en el centro del escenario, detrás de su atril con un crucifijo y calaveras, toda la atención sobre él; esta vez ocupando una falda escocesa. Siguiendo el hilo de su cuarto disco, el ataque continuó con Suffering Overdue. El muro sónico funcionó a la perfección por los tres escuderos: Jeff Fabb en batería, John DeServio en bajo y Dario Lorina en guitarra. Quizás más bien de lo necesario, aplastante, porque la primera mitad del show destacó por cómo la voz se perdía; a ratos era un reto adivinar lo que estaba cantando Zakk. Pero él no se hizo mayor problema: llevaba la batuta, aleonaba a la gente, en cada solo se subía a tocar sobre la caja del teleprónter, y se pegaba en el pecho como King Kong.
Tras una en llamas Bleed for Me, revisitaron el penúltimo disco con Heart of Darkness. Pero el primer destape masivo del público lo otorgó Suicide Messiah, cómo no el coro siendo apoyado con el megáfono. Tibio recibimiento para el último material publicado: Trampled Down Below, All That Once Shined y Room of Nightmares. El intermedio lo marcó Bridge to Cross, bajando las revoluciones con la aparición del teclado; cubierto con la bandera negra y blanca de Estados Unidos, que en vez de estrellas tenía la versión estilizada de BLS. Primero con Lorina sentado en el banquillo, y luego Zakk para despacharse Spoke in the Wheel e In This River. No sin antes de esta última, salieran los roadies para colgar un par de pendones, de Dimebag Darrell y Vinnie Paul.
Se volvió a pisar el acelerador para The Blessed Hellride; y una última repasada al ya mencionado Grimmest Hits, con el tema A Love Unreal. Sin anestesia se tiró la casa por la ventana con Fire It Up: globos negros cayendo hacia la gente, un mosh en la mitad de la cancha, y un solo de guitarra que alargó la canción por sobre los diez minutos; con Wylde tocando por detrás de su nuca o con los dientes. Pero todavía le quedaba por decir; haciendo el último remate con Concrete Jungle, y la que de todas formas debe ser el broche final: Stillborn, cerrando el círculo de una hora con cuarenta y cinco minutos.
Otra gran noche para la Sociedad de la etiqueta negra, a la altura de sus anteriores visitas; pese a que esta vez fue empañada por el factor sonido. Aun así se mantienen incombustibles, como si no se diesen cuenta que llevan más de veinte años de carrera. Lo único que les falta es un escenario de su talla que les haga justicia, para convertirlo en una verdadera caldera; un Teatro Coliseo, La Cúpula o Cariola podrían ser buenas opciones.
Fotos por Jerrol Salas