Ciclo Scorsese y el rock: The Last Waltz, el documental que debe verse a todo volumen

Ciclo Scorsese y el rock: The Last Waltz, el documental que debe verse a todo volumen

Seguramente el nombre de la banda que protagoniza este documental pueda resultarte algo desconocido pero, como muchísimas más, The Band fue un tremendo aporte en la consolidación del rock como hoy lo conocemos. Su originalidad y su capacidad de crear propuestas musicales han sido poco valoradas, pero gracias a un extraordinario documental, filmado por Martin Scorsese, The Band logró salir al mundo como uno de los grandes grupos de rock surgidos en los años ’60.

Martin Scorsese es un maestro del cine contemporáneo pero también es un reconocido devoto de la música.

En 1976, el realizador estaba metido a full en la postproducción de una ambiciosa película: ‘New York, New York’ (1977); fue en ese momento en que recibió la oferta que no pudo rechazar: filmar el concierto de despedida de The Band, agrupación canadiense formada por Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel, Robbie Robertson y Levon Helm, quienes estaban metidos en la música desde  finales de los ‘50 como grupo de respaldo del cantante de rockabilly Ronnie Hawkins. Tras dejar a Hawkins, en 1964, grabaron varias canciones sin lograr mayor repercusión, hasta que dieron el gran salto acompañando a Bob Dylan en su primera gira eléctrica, con banda, por Norteamérica y Europa. De hecho, Dylan grabó con ellos un par de temas que fueron publicados en 1975 en “The Basement Tapes”. Posteriormente volvieron a colaborar con Dylan en la grabación del álbum “Planet Wavesy”.

The Band grabó, bajo contrato con Capitol Records, “Music from Big Pink” y “The Band”, dos  producciones aclamadas por la crítica musical de la época. Algo que caracterizaba al grupo fue que los 5 miembros participaban en las decisiones musicales y en la creación de los temas; no había un líder natural o impuesto. Este democrático sistema terminó por hacer aguas en 1976 cuando ya los problemas se hicieron tan insostenibles al nivel que Robertson a maduró la idea de terminar la historia de The Band.

Robertson no quería que fuera una banda más que terminó su relación y fue olvidada por el tiempo. Él tenía la idea de que este registro quedara para la posteridad, y tenía la posibilidad de grabar el concierto en una película de 16 mm. Allí fue cuando recurrió a Martin Scorsese, cuyo trabajo con la banda sonora de “Mean Streets” le había fascinado. Bajo la dirección del neoyorquino, la película pasó a ser una producción de estudio a gran escala, con siete cámaras de película de 35 mm.

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Cuando Scorsese conoció a Robertson supo que tenía una joya que pulir en ese concierto final. Luego de mucho trabajo, esa joya se llamaría “El Último Vals”, producción en la cual el director se entregó en el esfuerzo de vincular sus pasiones para realizar un fenomenal documento fílmico. Se nota su pasión a través de la propuesta libre que nos muestra, sin seguir el standard habitual de una película, que se ciñe a un guion controlado, a un relato definido, a actores dirigidos en la consecución de un fin. Con The Band se libera y presenta la antípoda de su estilo de filmación porque “El Último Vals” hablaba sobre su música, la que a él lo movía. Nada que ver con “New York New York”, que más bien hablaba de la música que oían sus padres.

El docu comienza con un título que dice: “This film should be played loud!”, lo cual se traduce como: “Esta película debe verse a todo volumen”. Tras esta presentación, continúa con la última canción del concierto, una versión de “Don’t Do It”. Luego hace un flashback para volver al comienzo del show y seguir un orden cronológico del mismo, en el cual el grupo se acompaña de una imponente sección de vientos en canciones como “Up on Cripple Creek” y “The Night They Drove Old Dixie Down”.

John Simon dirigió los ensayos del concierto y, junto a Robertson, Scorsese elaboró un guion meticuloso de las canciones para que la iluminación y las señales de cámara encajaran con las lirycs. Como suele pasar, a pesar de la planificación, algunas cámaras funcionaron mal y los cineastas no pudieron grabar todos los temas. Incluso, en un momento, todas las cámaras excepto la de László Kovács, permanecieron apagadas mientras Muddy Waters interpretaba “Mannish Boy”. Este camarógrafo, bastante harto de Scorsese, desconectó su auricular y no escuchó la orden de no grabar, por lo que registró la única versión de “Mannish Boy”.

“Fue simplemente suerte”, comentaría posteriormente el director en el documental “The Last Waltz Revisited”, que acompañó la reedición del docu en DVD.

El propósito de Scorsese fue ser más que el director, él quería “hablar” de algo que conocía, que le provocaba una emoción; por lo mismo el documental no es sólo estética, es emoción, la que es muy bien traspasada al espectador por la línea que construye el director. Narrativamente, el documento se divide en tres partes: las entrevistas, la actuación en directo, y el trabajo en estudio. Hay mucha elaboración en la forma en que Scorsese logra mostrar (o representar más bien) la forma en que cada uno de los integrantes de The Band, y muchos de sus invitados musicales, experimentan esa vida dentro de una banda de rock; lo que significa dedicarle tu vida, tus horas, tus temores, tus emociones….todo al servicio de la música en la que crees. Fantástica es la manera en que se relata la admiración que ellos sentían por otros artistas, y también lo es la forma en que ellos se imaginaban la vida sin la banda.

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Yendo al concierto propiamente tal, cuya dirección artística estuvo a cargo de Boris Leven, (glorioso trabajo en “La Novicia Rebelde” y “West Side Story”), quien limita la utilización de la luz dotando al concierto de calidez, de cercanía. En el DVD relanzado en 2002, Scorsese habló de la utilización de siete cámaras para grabar el show, y también se refirió a que no buscó perfección pero que sí quería que cada riff fuera protagonista, y para eso les buscó un ángulo específico, un plano adecuado para cada inflexión musical. Cine hecho música.

En este documental existen momentos bastante inolvidables, como la reunión de la banda con Ronnie Hawkins, su primer mentor, pidiéndole a Robbie Robertson que quemara una guitarra  mientras hacen una fenomenal versión de Bo Diddley; la intervención de Neil Young, interpretando la eterna “Helpless”, es otro momento álgido y lleno de emoción; Paul Butterfield,  Joni Mitchell, Van Morrison, Dr. John al piano con “Such a Night”, y luego a la guitarra con Bobby Charles en una versión de “Down South in New Orleans” es un momento de alta calidad musical. Neil Diamond interpretó “Dry Your Eyes”, que Robertson coescribió y produjo. Graciosa es la parte en que Diamond, detrás del escenario, le dice a Bob Dylan: “Supera eso”, a lo que Dylan replicó: “¿Qué tengo que hacer, salir al escenario y quedarme dormido?”. Y qué decir del duelo guitarrero entre Eric Clapton (esplendoroso) y Robertson, en contraste, con su excitante estilo interpretativo; se oyen perfectamente afiatados en temas de blues como “Mystery Train” y “Further On (Up the Road)”; y para el brocho de oro, la participación de Muddy Waters y  la majestuosa aparición de Bob Dylan tocando “Forever young”.

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Luego de ver todo esto, una galería de verdaderos cracks históricos nos preguntamos si aún el documental puede seguir emocionándonos….y allí el docu se mete al estudio. Hay entrevistas que Scorsese dirigió a los miembros del grupo en las que rememoran su historia, sus aficiones musicales y anécdotas. Recuerdan algunos de los primeros nombres que tuvieron (“The Honkies” y “The Crackers”) y el por qué decidieron llamarse The Band: por su asociación con Bob Dylan durante el tiempo que tocaron con él  en Woodstock. Mientras, en otro sector, Rick Danko muestra al director los estudios de grabación Shangri-La y le pone una cinta con “Sip the Wine”.

Un tema recurrente en las respuestas de Robertson a Scorsese es que el concierto marca el final de una era tras dieciséis años en la carretera. Según dice el propio Robertson: “Eso es “The Last Waltz”. Dieciséis años en la carretera. El número empieza a asustarte. Quiero decir, no podría vivir veinte años en la carretera”.

Luego de eso, la banda y el resto de invitados, con la suma de Ringo Starr en la batería y de Ron Wood en la guitarra, tocan “I Shall Be Released”. Tras la interpretación, los invitados permanecieron en el escenario e improvisaron dos largos instrumentales: “Jam #1”, con The Band, sin Manuel, más Young, Wood y Clapton en la guitarra, Dr. John al piano, Butterfield en la harmónica y Starr en la batería. Y luego, “Jam #2”, con los mismos más Stephen Stills, que tocó un solo, y de Carl Radle, que tocó el bajo.

Habían pasado nueve horas desde el inicio. La banda volvió a escena y tocó un último bis, “Don’t Do It”, última canción que los cinco miembros originales tocaron en público.

La historia había terminado.

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Aunque el documental fue elogiado por la crítica también tuvo detractores. El propio Levon Helm lamentó el foco que Martin Scorsese hizo siempre en Robbie Robertson como cabeza de The Band. Otros medios escribieron que fue “la mejor película de un concierto de rock jamás hecha, y quizás la mejor película de rock”. Por su parte, El crítico musical Robert Christgau  comentó que: “La película mejora cuando no puedes verla”, alabando la aparición de Muddy Waters y Paul Butterfield, la sección de vientos de Allen Toussaint, y el duelo de guitarras ya comentado, entre Robertson y Clapton.

El documental, y la banda sonora resultante, fueron publicadas en un set de tres discos en 1978.

Durante la posproducción, Robertson entabló una fuerte amistad con Scorsese y comenzó a trabajar como productor y supervisor musical en numerosos proyectos del director, como “El color del dinero”, “Gangs of New York” y “Los Infiltrados”.

“El Último Vals” puede ser una de las mejores películas de Scorsese sin duda. Sólo un tipo con semejante pasión musical podía filmar algo tan melódico, lleno de ritmos, historia y traspasar melancolía.

Con esta obra, el autor neoyorquino ofreció un ejemplo de cómo abordar este tipo de proyectos, con una puesta en escena que da importancia máxima al valor de la música, al público y sus intérpretes; que sean ellos los que traspasen la emoción, que ellos traspasen el sentimiento y sean la vida de lo que se ve en pantalla. Este ejercicio, tan bien aprendido, Scorsese lo llevó a la práctica en la película que realizaría después de este documental: Toro Salvaje”, y sí que tuvo éxito.

«A pesar de estar subvalorada, me parece una de las más hermosas películas de Scorsese.»

Macarena Polanco

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