Conciertos que hicieron historia: Guns N’ Roses en Santiago (1992)

Conciertos que hicieron historia: Guns N’ Roses en Santiago (1992)

El país hace poco estaba abriéndose a los mega conciertos, debido al regreso de la democracia. El principal recinto capitalino, el Estadio Nacional, recibía su tercer show de rock: Guns N’ Roses, tras los pasos previos de Rod Stewart (1989) y Bon Jovi (1990); descontando los festivales Rock in Chile y Un abrazo a la esperanza, ambos de 1990. En el caso de los californianos, se les recibió en la cúspide de su popularidad, un estelarísimo número mundial, cortesía de los monumentales Use Your Illusion —publicados apenas un año antes. Para este punto casi un folklor la presentación, muy patrocinada por cerveza Cristal, del 2 de diciembre de 1992; a la que siempre se recuerda, majaderamente, en cada uno de los nuevos desembarcos que han realizado. Obedeciendo a que se trató una noche de aquellas, reprochables, en que la apodada banda más peligrosa del planeta volvió a hacer uso de su mote —que como anécdota llegó ilesa desde Caracas, ante-antecesora fecha, justo antes de un intento de golpe de Estado.

En lo extra musical mucho se ha hablado de ese primer paso de Axl Rose y compañía, desde rumores cuasi campesinos; como que el vocalista, apenas bajó del avión, quemó sus botas que tocaron suelo chileno —sin olvidar las supuestas posesiones de drogas que tenían puertas adentro. Pero lo que sí fue cierto fue que golpeó a algunos reporteros, apenas entró al Hotel Sheraton, sumado al retraso de dos horas para dar inicio al espectáculo —poniendo a prueba la paciencia de 60.000 personas, pero palideciendo ante la espera de entre tres y cuatro horas en el Movistar Arena (2010-11). La cita, televisada en diferido por TVN, con el pasar del tiempo fue posible conseguir en la versión uncut sin el logo del canal —que por ejemplo enseñó íntegros diálogos entre canciones, los solos de batería y guitarra; como así sin censuras —el jovial “¡Buenas noches, motherfuckers!” de Duff McKagan antes de Attitude, o el caos que trajo Civil War.

Las dos horas de función resultaron ser una versión desinflada, por ejemplo, comparadas con el reluciente home video filmado en Tokio (1992) —la nota baja dándola la pobre iluminación y la batería a mal traer de Matt Sorum. Una agrupación que variaba de forma sutil el repertorio noche a noche, aquel siendo una de las selecciones más mezquinas: si bien no quedó fuera ninguno de los clásicos imprescindibles; no echaron mano a otros como Nightrain, Rocket Queen, Yesterdays, So Fine o Estranged. Todo forzado y de mala gana: Rose, con su camiseta blanca de Charles Bukowsky, entrando rabioso; para pronto pedir la ayuda de una tensa traductora —la bonachona argentina Noelle Balfour; exigiendo que no lanzaran objetos al escenario, quedando de postal a Axl sujetando una botella de pisco Capel.

Teniendo ella que regresar para calmar los ánimos en la accidentada, y ya nombrada, Civil War. Interrumpida de golpe por un escupitajo que recibió el vocalista, sin demorarse en lanzar hacia atrás el micrófono, cruzarse de brazos y detener la música. Situación tensa que incluyó insultos del pelirrojo hacia la audiencia, y un “escúpanse entre ustedes, tengan una buena noche” antes de retirarse al camarín; insultos de la audiencia hacia el pelirrojo y un retorno, pese a estar inyectado de cólera y ofensas, por fortuna se dio —pareciendo haber aprendido de las batallas campales que desató con anterioridad, por acabar prematuramente recitales, en San Luis (1991) y Montreal (1992); caso que se repitió luego de tres días, también con buen desenlace, en Buenos Aires —otra vez ayudados por Noelle, quien siempre omitió de forma conveniente las malas palabras.

El resto de los elementos, aunque de manera opaca, estuvieron presentes: el enorme escenario, adornado a cada costado con las gigantografías de los Use Your Illusion, los muñecos inflables de color rojo en Welcome to the Jungle —guiño hacia la primera portada de Appetite for Destruction; la sección de bronces en Live and Let Die, el piano de cola en November Rain, el armonicista en Bad Obsession, Slash distendiéndose por su cuenta con el tema de El padrino, el coro femenino en Knockin’ on Heaven’s Door, y la chaqueta de cuero blanco en Paradise City.

Pero en lo global brilló por la falta de calidad y profesionalismo, del que no estuvo exento el público, puesto que fue una velada con un lamentable hecho externo —que a posterior llegó a los oídos de la misma banda: el fallecimiento, luego de unos días, de Myriam Henríquez (15); aplastada contra una valla papal durante el ingreso al estadio —tirando por tierra la apreciación de Iván Valenzuela y Katherine Salosny, al inicio de la transmisión, que aquello “no era un concierto de alto riesgo”. Tuvo que pasar casi un cuarto de siglo, en 2016, para vérseles de nuevo en el coliseo ñuñoíno —amparados por la gira de reunión de Axl, Slash y Duff; para sacar el trago agridulce del debut en tablas locales, allí sí poniéndose a la altura que correspondía.

Nacion Rock

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