Disco Inmortal: Alice in Chains – Jar of Flies (1994)
Columbia, 1994
Hay discos que vuelven a uno como un boomerang. Una y otra vez. Discos que, quizás, nunca se van del lado de uno, y no hay más que “verlo” y entenderlo. Supongo que todas las verdades en esta etapa de la vida son aceptables y de alguna forma, respetables.
Jar of Flies de Alice in Chains se grabó en un estudio en Seattle en septiembre de 1993. Apareció en tiendas en enero de 1994. El año donde meses más tarde, Kurt Cobain dejaría este mundo y “mataría” al grunge de pasada.
Cuenta la página en Wikipedia que este EP fue hecho como un divertimento después de la rotundamente exitosa gira de promoción de Dirt, que produjo, entre otras cosas, una memorable presentación en Lollapalooza y un maravilloso momento de la música rock post-hard-rock.
No sabía mucho de Alice in Chains más allá de un par de temas que habían pasado por MTV en mi adolescencia, cuando partí con este gusto de escuchar música. De hecho, no inicié mi camino musical siendo fan de AIC. Hasta que llegó a mis manos – y particularmente a mis oídos – Jar of Flies. Un cassette regrabado, por cierto. La naturaleza acústica de ese disco en medio del más ruidoso momento del rock me cautivó para siempre.
El rock grunge era ruidoso por todas partes: por la prensa incansable que generó, por la atención que recibió de los medios de comunicación, por lo estruendosos que resultaban ser los sonidos que salían de la radio y la televisión. Y de repente aparecía esta isla de unas pocas canciones, producidas en ese momento sagrado de descanso y de quietud de un músico.
Leyendo, uno se entera que Jar of Flies fue el primer EP en ser número #1 en la historia de los listados de álbumes, en una era en la que los largaduración eran los reyes y los singles, aparentemente, cosa del pasado. Alice in Chains no había propuesto ni sugerido que el disco se editara, pero así lo quiso Columbia Records, y así comenzó el año 1994, con un disco – que no era un disco – en la cima de los listados de los discos. Menuda ironía.
Son largos largos años (más de dos décadas) que nos han puesto en una época donde podemos percibir que el rock ha envejecido, y que no ofrece nada que no se haya hecho en las pasadas cuatro o cinco décadas, que de emocionante tiene poco qué ofrecer a las nuevas generaciones (aunque haya pequeños brotes de prodigiosos oídos que se embarquen en el sueño de tocar un bajo o una guitarra). Si me apuran, la razón por la que de repente el rock de ahora no tiene nada innovador y emocionante mientras que el de hace veinte años suena tan fresco, es por discos como Jar of Flies.
Que un álbum como éste llegara a la cima de las ventas en su primera semana es una observación puntual de la cultura de la música rock que se vivía en los años 90. No sé qué hicieron los de Columbia Records para vender ese disco de esa forma, pero me atrevería a decir que no fue mucho, pues Alice salía de un exitoso período y cualquier cosa que hicieran los músicos sería cariño. Lo que se siente muy cercano si es ese número #1, sin importar cómo llegó allá.
La razón por la que Jar of Flies fue número #1, entiende uno – o quiere creer – , iba más allá del mercadeo y el hype de MTV. Había una nostalgia, una evocación del blues única en el álbum. Había también un acercamiento a todo lo folk y a lo clásico, con violas y armónicas decorando las canciones acústicas creadas por el tremendo Jerry Cantrell: ‘Rotten Apple’, ‘Nutshell’, ‘I Stay Away’, ‘No Excuses’, ‘Whale & Wasp’, ‘Don’t Follow’, ‘Swing On This’.
Hay también una riqueza y una etapa única en el grunge en la que el cantante era mucho más un gran intérprete que un autor. Cantrell siempre tuvo ese poder sobre Alice in Chains, y no creo que a Staley le molestara que le escribieran las canciones, especialmente en este disco.
Y en esas canciones hay, también, un disco definitivo para la carrera de una banda (entiéndase como un todo). De ahí en adelante, Alice sólo sufrió la vertiginosa caída hacia la muerte de Layne, que se produjo casi una década después de forma paradójicamente tortuosa y lenta en medio de la bulla que produjo lo alterno. Después de Jar of Flies se produjo lo que uno llamaría “la comercialización” del grunge: el momento en que la delgada línea entre lo netamente artístico y lo comercial se desdibujó entre los candleboxes y los silverchairs.
Jar of Flies fue masivamente aceptado y no sé exactamente por qué lo fue, siendo un disco tan triste en una era de prosperidad y bonanza. No viene al caso definir las razones históricas o sociales, pero sí vale la pena decir que éste es un disco que vuelve cada veinte años a manos de quienes lo vivieron en un presente perfecto, y vuelve mejor que nunca.
Tampoco vale la pena ahondar en la razón por la que pasan estas cosas pero sí cabe anotar que la razón por la que el rock se envejeció fue porque perdió, en muchos casos, la espontaneidad que tiene este EP. La necesidad de grabar cosas que estaban metidas como agujas entre pecho y espalda de un grupo de músicos: el deseo de Mike Inez de tocar las mejores líneas de bajo de todos los tiempos en la década del rock grunge para ganarse la titularidad, la oscuridad mágica detrás de la voz de un atormentado Staley, abandonado y sin amigos casi una década antes, cantando las letras de Cantrell, que hablaban de una premonitoria pérdida de la inocencia, de los amigos que se defienden hasta la muerte, de los experimentos de colegio que nos marcaron de forma traumática. Todos, sentimientos y sensaciones que fueron productores de una de las obras más mágicas y especiales de todos los tiempos, sobre todo para aquellos que fuimos adolescentes en el último suspiro de la década de los 90.
Jar of Flies nos habló con música hace más de veinticinco y hoy nos habla con letras más poderosas que hace dos décadas. Como los boomerangs, vuelve en las noches de nostalgia y cansancio, mientras nos hacemos hombres y mujeres, criamos nuestras familias, vemos crecer a los hijos e hijas y nos reencontramos con el rock que nos hizo, que nos hace, que nos hará jóvenes por siempre, sin importar lo que digan las listas, o como lo dice Layne en ‘Nutshell’: sin importar que enfrentemos, solos, el sendero del tiempo.
César Tudela B.