Disco Inmortal: David Bowie – Station to Station (1976)
RCA Records, 1976
«Es interesante cómo partió todo esto. Cuando hice Aladdin Sane, todo lo que tenía era un pequeño culto de seguidores en Inglaterra enganchados desde Hunky Dory. Creo que fue más por curiosidad que me empecé a preguntar cómo sería ser estrella de rock. Así que básicamente escribí un guión y lo llevé a cabo como Ziggy Stardust en el escenario y en disco. Es verdad cuando digo que no me gustaron esos discos — Aladdin Sane, Pin Ups, Diamond Dogs, David Live. No se trataba de que me gustasen, era “¿Funcionan?” Sí, funcionaban. Mantuvieron el circo andando. Ahora. Estoy terminado con el rock & roll. Acabado. Ya ‘rolié mi rock’. Fue gran diversión mientras duró pero no lo haré más.» (David Bowie a Cameron Crowe, un par de horas luego de una infructuosa sesión con Iggy Pop y 2 días sin dormir, en Mayo de 1975, a las 9am aproximadamente, en la habitación 207 de Ronnie Wood, quien también lo oye en el Hotel Beverly Wilshire, 4 meses antes de entrar a grabar Station to Station).
Musical y contextualmente este álbum es una alineación de astros creo extraordinaria. La línea de tiempo que escribió David Bowie en 1975 entre que en Enero produjo su importantísimo primer N°1 en EE. UU., Fame, con John Lennon, en una sesión en los estudios Electric Lady (Nueva York) programada para grabar la versión de Across the Universe, para luego nosotros los mortales sólo agradecer la jam session que Carlos Alomar desató con su guitarra espontáneamente después, que terminó con el hit escrito y grabado en el acto (45 minutos cuenta la leyenda); Young Americans por su parte ve la luz en Febrero, girándolo sólo por Norteamérica; cambia de océano y se reubica en Los Ángeles en abril (en la casa de Glen Hughes al principio), despide a su desvergonzado mánager a un costo sideral (¡Y contrata a otro que le costaría otra fortuna un año después despedirlo!), protagoniza The Man Who Fell To Earth (julio a agosto, en Albuquerque – Nuevo México) como Thomas Jerome Newton, alienígena que ante el fallido plan de llevar agua a casa, de caer preso del gobierno y del alcohol, graba un disco esperando que lo oiga la esposa en su planeta natal, donde todos mueren inexorablemente por la sequía que motivó su partida (esta forma de vida que se desmorona en todos sus frentes parece como una síntesis y sentencia, en la forma de un rodaje de film, de lo que estaba ocurriendo con su persona, un año antes de topar fondo); mientras, entre escenas, tipea frenéticamente The Return of the Thin White Duke, autobiografía inconclusa, de cuyo manuscrito del capítulo 1 están las primeras 9 páginas en la Biblioteca & Archivos del Rock and Roll Hall of Fame, en Cleveland, Ohio; luego se queda sólo con Alomar de su banda y entra a grabar Station to Station (Septiembre a Noviembre), disco de transición como se la ha dicho siempre, que sublimemente anuncia que este Delgado Duque Blanco, que debuta en este disco sobre la piel del inglés, es en sí el nuevo objeto, mensaje, un nuevo portavoz de la nueva senda musical que entusiasma a este implacablemente autoexigente creador. Como siempre con este posmodernista autoproclamado (“sólo admiro a quien puedo robarle algo” es una cita y definición sin par de aquello), fue tomando prestada y procesando sin dios ni ley la savia artística que encontró en Can, Neu! y Kraftwerk que se abrió paso hacia este nuevo sendero, mientras suelta la mano al funk y al soul que lo hizo dejar atrás, a su vez, a Aladdin Sane junto con Europa y la lápida de Ziggy, todo con gracia, peso, pedaleando una extraordinaria máquina de rock para ejecutar todo.
Nuevos músicos y productor, Harry Maslin, con quien grabó Across the Universe/Fame en la costa Este a inicios del año. En diciembre, anuncia el calendario de conciertos para Europa y el 23 de Enero de 1976, con retraso por petición tardía de Bowie de cambiar a blanco y negro el fotograma de The Man Who Fell to Earth escogido de portada, debuta en estanterías Station to Station. Todo este año, para el colmo de una gran historia, es un total apagón en la cabeza de David Robert Jones. Hubo una inercia creativa demoledora, imparable entonces, más grande que la vida, ya que debemos creerle a Bowie que aseguró hasta la última vez que le preguntaron por el período de pre, pro y pos producción de Station to Station, que recolectaba muy vagas imágenes y que le quedó más la sensación de un gran hoyo negro llamado 1975 en su mente; así que el extraterrestre piloto automático que lo operó en los estudios Cherokee de Los Ángeles gozó definitivamente de muy buen tino para darle forma a estas 6 canciones.
El gran feedback de contexto y en primera persona que hay, menos mal, en un período de declarado retiro de los medios, fue cuando habló (y mucho) en 2 o 3 oportunidades con Cameron Crowe durante 1975. Ayuda mucho para imaginar la energía y sinergia, tanto centrífuga como centrípeta, que gravitaba entonces en el vendaval Bowie, si se logra encontrar las transcripciones más largas de esas conversaciones. Algo más sí es también muy claro, evidente y conocido: la cocaína farmacéutica Merck tiene todo inundado aquí y es paradójicamente el elemento que aterriza y hace posible esta historia, de que pueda ser cierta en sus hechos e hitos artísticos. Por muy irreconciliable que la frase de recién pueda sonar, los intensos círculos virtuosos que se pueden gatillar con cocaína producida en laboratorios con estándares universitarios o corporativos creo dan plausibilidad a que se haya podido llevar a cabo todos estos procesos con eficiencia, con tremendos y numerosos aciertos en períodos extraños de tiempo, pero dentro de un calendario ideal. La abismante diferencia con la producida ilegalmente la explican maravillosamente Keith Richards y Freddie Sessler en la autobiografía del Stone, Life (Weidenfeld & Nicholson, 2010), además de deslizar que era ésta, la del laboratorio Merck en frasco de onza (28,3 grs), la que pululaba entre las estrellas del pop en los 70s (y de los músicos famosos en general que gustan de las drogas rápidas, leyendo a Miles Davis en su propio libro resulta muy claro ya desde la década del 40). Bowie confesó mucho después que su régimen para 1975 era de 10 gramos diarios, lo que es muerte garantizada para un principiante, pero un cerebro adicto es capaz de sacarle un trote inhumano a la tolerancia de su cuerpo. Esta manera de operar por supuesto es insostenible en el tiempo y la historia siempre lo comprueba cada vez que se lo intenta. Y bueno, era el organismo de Bowie también en esta oportunidad, así que es bastante obvio en mi opinión que el mérito aquí es más humano que químico. El profesionalismo de los músicos, ingenieros y asistentes, si bien había algunos en uso y abuso quizás, mantenía todo subordinado absolutamente a la productividad, con una ética de trabajo en equipo grandiosa. Alomar tiene de los mejores recuerdos profesionales de su carrera sobre las sesiones de Station to Station, la placentera atmósfera experimental en la que todos estaban dispuestos a olvidar el reloj para probar otro nuevo efecto, sonido, pista, arreglo, detalle, lo que fuera.
La procesión de demonios, tristezas y locuras que son parasitarias (y luego monarcas) en la adicción, Bowie las vivió herméticamente hasta que era insostenible no notarlo, no lo expuso colectivamente ni menos parrandeando; una instantánea ensordecedora de este sufrimiento que se hacía de repente visible y del que salió arrancando a Europa al siguiente año para completar el camino señalado por Station to Station, está en la primera entrevista a Cameron Crowe de aquél 1975, cuando repentinamente se levanta del sofá en donde estaba conversando con el reportero y se dirige a rápido paso hacia una ventana de la sala balbuceando “tengo que hacer eso…”. Ya en la ventana chequea el suelo exterior si hay un cuerpo que asegura haber visto caer por el vidrio. Creer que esas cosas te estén pasando de verdad debe ser muy estresante, por ponerlo suave. Por otro lado, un vistazo a The Return of the Thin White Duke ilustra creo también este estado alterado, fragmentado, genial y con fecha de expiración, porque una cabeza así no se puede sostener en el tiempo, no por mucho, y así fue de hecho:
“Y todos los imbéciles y cretinos, que han sido
delegados a una providencia imperceptible sólo de ellos
mismos, han trastabillado y caído desde el cielo, elevados vertiginosamente
desde los mares. El catastrófico escenario está despedazando y
torturando su liberación desde el alma del OM. Y las
bandas de rock son fúnebres y provocan las malformaciones en el
frenético vals del [símbolo de infinito]”
(Extracto del manuscrito del cap. 1 de The Return of the Thin White Duke, texto autobiográfico inconcluso de Bowie de 1975, escrito durante el rodaje de The Man Who Fell to Earth (Junio – Agosto), adaptación fílmica de Nicolas Roeg para la novela de 1963 de Walter Tevis.)
Las 2 trilogías que componen los 2 lados o mitades de este disco tienen similitudes obvias y profundas. Sus diferencias son exactamente iguales.
La primera de cada trilogía (Station to Station y TVC15) es una épica que luego de una introducción, presentación y repetición, revela una novedad melódica tardía para cualquier canon pop y establece su presencia en el resto de la canción, dividiéndola claramente. En el caso de Station to Station está la maravillosa entrada de las voces, pasado los 3 minutos y también cuando viene el primero de muchos mantras de este disco, ‘It’s too late! – The european cannon is here’ / “¡Es muy tarde! – El canon europeo está aquí”, después de los 6 minutos. TVC15 con su potente (de nuevo) mantra, por el que es pegajoso y obvio segundo single del disco, se presenta tarde en la canción, la toma y se la lleva hacia su desenlace. La pausa con el piano y coros después de los 3 minutos dan mayor panorámica a la pieza, una sensación fría pero impecable, como el mensaje mismo que es El Delgado Duque Blanco, el modelo a seguir luego de ser advertido a medias por Ziggy (cuyo hedonismo lo desintegra antes) y declarado abruptamente entre nosotros por el más refinado y cínico Aladdin Sane. Este nuevo humanoide prolijo, bello e higiénico, capaz de interpretar el más amplio rango de emociones con una intensidad y precisión apabullantes, aunque sea una cachonda historia con un televisor del futuro, lo ejecuta sin sentir un gramo de empatía: no siente nada, lo que encausa la perfección en la interpretación (¿el canon europeo? – Ja!) Esta limpidez, austeridad y pureza brutal revela el hoyo negro que tiene por alma a través de gruesas capas de texto críptico, presentes en Station to Station más que en cualquier otra parte de la lírica del disco. Algo del perfil del Duque se ve ahí y es astronómicamente indescifrable, autosuficiente y magnéticamente gélido, silencioso. No es humano y es lo que le da el carácter sombrío, de latente tragedia sorda y desolada a este presente del camaleónico alter ego. Hay un material espectacular llamado David Bowie: Critical Perspectives (Routledge, 2015) que son ensayos académicos interdisciplinarios que intentan explicar al individuo detrás de la obra. Hay uno en particular al que adscribo absolutamente (Cap. 6 ‘Dear Dr. Freud – David Bowie Hits The Couch’ / “Querido Dr. Freud – David Bowie al diván” de Ana Leorne), que es una lectura sicoanalítica de la evolución del equilibrio entre las pulsiones de vida (Eros) y de muerte (Thanatos) que poseían sus personajes, desde el Platónico Mayor Tom de Space Oddity hasta el Nietzscheniano transvestido The Thin White Duke, en donde el primero exulta vida y desde ahí es la tragedia expuesta en la canción, pero el último es la carcasa de un hombre inexistente, poderoso, impecable y muerto. Complementa que la génesis de los personajes se debe a la racionalidad maníaca de Bowie que determinó que los personajes, que protegían el Yo y cultivaban indulgentemente el Súper Yo, fueran las indispensables armas para el alcance artístico y cultural que tiene su obra hasta la primera mitad de los 70s y le permitieron los extremos vividos hasta 1976, año en que deja las drogas junto a los personajes por buenos 20 años, cuando se reinventó de la mano de Brian Eno otra vez, pasando tiempo con Trent Reznor, además del Jungle y el Drum n’ Bass que lo encandilaron entonces, dando vida a Nathan Adler para el excelente Outside (1995, Virgin Records).
Las segundas, son funk con vueltas de tuerca en capas de guitarras, trabajos vocales y percusiones de los más variados timbres, como las congas, las palmas y ruidos de manos y boca en Golden Years, dispuestos para darle luz y calma al laberinto de melodías que se van tejiendo mientras la canción además tiene todos los méritos de hit radial. Aquí el Duque hace gala del histrionismo del más amplio espectro con una letra impenetrable y cuando las frases parecen tener una relación con algo, la elección que hace para cantarlas las petrifica, revelando el toque de Medusa que este nuevo caudillo con barnices falsos de Nietzsche y fascismo estético puede desplegar a discreción (control total e intimidante). También se distinguen y brillan las líneas vocales que atraviesan compases, a veces sumándole más melodías, de diferentes duraciones, traslapándose a la siguiente parte de la canción incluso, aquí ya encuentran el estilo de vocalización que Bowie cultivaría hasta el final y que en Stay hace una muestra genial en el coro. Los mantras en Golden Years: ‘Golden years, gold whop whop whop’ ‘Come get up my baby´ ‘Run for the shadows’, son inteligentemente armonizados y dispersados en la canción, recordándome lo que el tremendo compositor contemporáneo Philip Glass, quien trabajó con Bowie y Eno en 1992 para su sinfonía que giraba en torno a Low (1977, RCA Records), admiraba mucho del inglés, que era su capacidad de disfrazar de sencilla música bastante complicada (idea que ilustra para mí en gran medida, a su vez, el feroz minimalismo que cultiva Glass).
Word on a Wing y Wild Is the Wind son baladas soul que sacan lágrimas, pero queda clarísimo, al unísono, que estás siendo engañado por el gran arte de la interpretación del Delgado Duque Blanco, ‘I’m ready to shape the scheme of things’ / “Estoy listo para dar forma al esquema de las cosas” reza el enésimo mantra del disco en Word On A Wing. Esta paradójica e intrigante plegaria de esta especie de SúperHombre Nietzscheniano (que en su esencia es en realidad la antítesis) dirigida a dios, para aparentemente entregarse a él, es en realidad un plan que contempla encerrarlo en un esquema de poder dependiente del falso suplicante, que genialmente le ofrece su palabra sobre una de sus alas (jineta judeocristiana innegable), hablándole así de igual a igual, tratándolo también como a una doncella a ratos y arrojándole reveses filosóficos sobre auto preservación y autodeterminación por aquí y por allá. Don Federico mismo hubiera llorado, al mismo tiempo, de emoción (por el ninguneo desafectado y cínico al dios que tanto aborrecía) y de rabia (porque quien habla en realidad es un líder de la muerte del hombre) ante esta brillante y desenfadada exposición filosófica vestida de sentida balada celestial. La letra de Wild Is the Wind contiene poesía para mí pocas veces igualada en una canción de amor, sumada a esta calculadísima excelencia emocional del Duque para cantar, confieso que me hace llorar hasta el día de hoy con gran facilidad y tengo 38 años, lejos del melodrama adolescente o de la emocionalidad diáfana de la vejez, digo yo, sin embargo he caído por muchos años en llorar como niño chico con este cover, inspirado en la versión de Nina Simone mucho más que en la de John Mathis. Supongo que es la prueba más clara que tengo de que The Thin White Duke es real y reclama lo suyo cada vez que me quiebro. Esta pureza total, que atraviesa fría y sangrientamente a la humanidad, de este Duque que canta, es perfecta, por lo tanto mi humana emoción es genuina. Y es prestada, como otorgada a la vez: un líder que te tiene del alma sin él tener una ni necesitarla, ésa es mi visión tras la voz en Station to Station, con su tormenta de música espectacular.
Si las sobredosis y decadencia final de 1976 provocaron un corto circuito que arrebató 1975 de la memoria de Bowie, creo entonces que su supervivencia canceló todo el período en donde la balanza estaba desmedidamente cargada hacia el instinto de muerte, en que se mantuvo la carcasa a flote, con vida, sólo gracias a un orgullo y pasión profesional férreos, junto a la “repulsiva necesidad de ser algo más que humano”, pero que una vez desintoxicado ya para 1977, simplemente no se puede mantener archivado para seguir adelante. Para nosotros queda el disco, sólo hay que entregarse al primer minuto de paneo derecha – izquierda del sonido de apertura, escuchar la uñeta de Alomar arrancando el feedback, que lo tendrá los siguientes 2 minutos y 20 segundos en eso, las 2 notas disonantes del piano y ya está, son menos de 37 minutos a esa altura, que se pueden escuchar para siempre!
Y estamos hablando de David Bowie a los 29 años, no olvide eso nunca también.
Por Sebastian Wrighton