Disco Inmortal: Mötley Crüe – Shout at the Devil (1983)
Elektra, 1983
Intratables como ningún otro grupo. Mötley Crüe se transformó en un sinónimo del Sunset Strip, siempre cargados a los excesos que los hicieron famosos; incluso desde sus primeros días en el circuito de clubes de Los Ángeles. Tras un debut poco bullado con Too Fast for Love (1982), lanzaron toda la carne a la parrilla con su siguiente trabajo; aprovechando que todavía estaban hambrientos de éxito. Grabado en los Estudios Cherokee de Hollywood, y que más de un disgusto se llevó Ray Manzarek de The Doors, que también estaba grabando en una sala contigua.
Shout at the Devil fue publicado a través de Elektra Records, el 26 de septiembre del 1983, y borró cualquier tipo de sutileza que pudieron tener. Con un experimentado Tom Werman en las perillas, se le dio rienda suelta a un heavy metal durísimo, sonando como nunca antes y como nunca lo hicieron después. De portada sólo fue necesario un pentagrama superpuesto en fondo negro; pero hubo una versión alternativa que contó con las fotos de los cuatro integrantes, vestidos con trajes que parecen sacados de Mad Max —ya que por entonces estaban viciados con esas películas.
La introducción está a cargo de In the Beginning, con apenas un minuto y trece segundos de duración. Tras el sonido saturado del megáfono, se agolpan las centelleantes palabras de aires proféticos de Geoff Workman, ingeniero de sonido del disco. Y sin anestesia, de golpe, entra de lleno la canción homónima y single inaugural: Shout at the Devil, con un coro y ritmo por completo primigenio.
Pero que no engañe, como tampoco la portada —y los dos bombos de la batería de Tommy Lee; puesto que en algún momento tuvieron que salir a referirse sobre el tema. Más que satanismo, va orientado al ocultismo; y esta canción va en la línea de “vete al demonio, manda todo al diablo”, referido en específico a la sociedad conservadora estadounidense. Aunque pese a ello, lo cierto es que pasaron algunas cosas extrañas en el periodo de grabación. Nikki Sixx, el siempre motor compositivo, se obsesionó con libros de Anton LaVey y magia negra; viendo levitaciones de objetos en su departamento junto a su novia de aquella época, la mismísima Lita Ford. Además de salir casi ileso de un accidente automovilístico, donde reventó su Porsche contra un poste telefónico.
La segunda pista es Looks That Kill, gran legado de la banda, que en palabras del bajista “fue hecha para impresionar”. En el videoclip ganó importancia el vestuario ya mencionado, acompañado de una atmósfera post apocalíptica —que de nuevo se puede asociar a Mad Max. Bastard sigue con el pie bien metido en el acelerador; pero tan rápido como llega, tan rápido se va. Se bajan las revoluciones para la instrumental God Bless the Children of the Beast, mérito para Mick Mars y la única guitarra cristalina de la placa, que decanta en un bien logrado cover de Helter Skelter. Prestado del repertorio de The Beatles, sin asco entró a jugar como single y fue tocado en vivo hasta el cansancio por Mötley; por muchos referida como la primera canción de heavy metal, pero que carga con el peso de haber sido malinterpretada y asociada a la Familia Manson.
Red Hot vuelve a esa vibra punzante y rápida, también con una corta duración que pareciera irse entre los dedos; al igual que el resto del Lado B del disco, desde aquí en adelante. Hay otro medio tiempo, de ritmo bien marcado, en Too Young to Fall in Love. Con el videoclip en una veta similar al de All Hell’s Breakin’ Loose de Kiss, ambos lanzados el mismo año, con la banda como guerreros en tierras extravagantes; en este caso el escenario escogido es el Lejano Oriente. Knock ‘Em Dead, Kid aporta el factor rabioso; Ten Seconds to Love rescata el elemento lascivo del que también tienen fama. Danger, en tanto, es la encargada de cerrar estos treinta y cinco minutos; regresando al compás más reposado pero contundente como un mazo.
Con una placa así de apretada y bien armada no les fue difícil llegar a la cima, pero nunca exentos de problemas: apenas terminó la gira promocional —donde fueron teloneros de Ozzy Osbourne, en uno de los tantos bacanales Vince Neil salió ileso de un choque pero falleció su copiloto; Razzle, el baterista de Hanoi Rocks —y que fue un detonante para que el grupo finlandés cesara actividades por las siguientes dos décadas. ¿Qué pasó con el vocalista, que fue acusado de homicidio y manejo en estado de ebriedad? 30 días de arresto, 200 horas de trabajo comunitario y una indemnización de US$ 2.5 millones. Se trató de la última gracia que tuvieron por gritarle al diablo; pero aun así, Mötley Crüe puede decir que jugó con fuego y no se quemó —o apenas un poco.