Disco Inmortal: Opeth – Blackwater Park (2001)
Music for Nations / Koch, 2001
El gran “Blackwater Park” se encuentra al centro de una época en que la discografía de Opeth se hacía cada vez más contundente: luego del inmenso y visionario «Still Life», parece que Opeth había alcanzado un punto de inflexión importante en su carrera que establecería una división entre los álbumes que lo precedieron y lo sucedieron. Blackwater Park es un ejemplo perfecto de una increíble banda que lanza una especie de álbum de sonido mainstream, pero sin dejar esa sutil y desgarradora forma que plaga su esencia desde su primer paso. Blackwater suena tan abrasivo, oscuro y magnificente que para muchos es considerado el «Master of Puppets» de Opeth.
Los suecos pisaban pie firme en 2001, Opeth había eliminado casi por completo sus raíces enmarcadas en el NWOBHM que plagaron los primeros álbumes con algunas «imperfecciones», pero aún así eran absolutamente impresionantes como “Orchid”, donde Mikael Akerfeldt había utilizado armonías emotivas y letras sensibles repetidas veces sobre una línea de bajo, y acá lo sustituyó en complejos acordes de jazz que se convierten en un muro de sonido masivo e impenetrable cuando se distorsiona. El factor grandilocuencia es lo que enamora de este disco, que trae, de hecho, varias de las composiciones más largas de los europeos.
Con un dato no menor de haber estado producido por primera vez por el -en ese entonces- no muy conocido ni aclamado Steven Wilson (también colaboró en los mellotrones, guitarra y voces) nos da de momentos sobrecogedores de inspiración progresiva metalera: ‘The Drapery Falls’ hasta hoy en una de sus piezas de culto, ‘The Leper Afinity’ golpea duro desde la entrada. Es un track aplastante. La alineación instrumental entre Mikael Åkerfeldt, Peter Lindgren, el uruguayo Martín Méndez y Martín López en la batería es asombrosa, lo que lograron con este disco fue sumamente difícil en cuanto a técnica y coordinación, y lograron llevarlo al «en vivo» más adelante de la misma forma maestra. En “Bleak” contemplamos una potencia gutural que convive al mismo tiempo con acordes acústicos y una armonía atrapante. “Bleak” da un paso elegante hacia voces limpias y una atmósfera musical diferente. Una obra que con estas características se transforma rápidamente en una sorpresa agradable en nuestros oídos. Como si nos transportáramos a otra canción totalmente diferente.
Recordemos que esta época Åkerfeldt hacía brillar los guturales. Sin embargo, los dejaba a ratos. La hermosa balada que no dejaba esa oscuridad penetrante de ‘Harvest’ nos demostraba-nuevamente- lo inmensos que eran con las acústicas y las melodías, ese contraste con la brutalidad presente de otras canciones. Lo que finalmente le ha dado la identidad que todos les conocemos, y la voz del líder descansaba cuerdas vocales para interpretar uno de los temas más conmovedores de la placa. Por un lado tienes los gruñidos pesados y por el otro tienes el suave, limpio, melódico tono de su voz cantando y es esa ambivalencia la que te termina por volar la cabeza.
«Blackwater Park», el tema, es épica pura, un cierre magistral para un disco que se pasea por las influencias de Maiden y del death metal técnico de Death y el prog épico de los setenta, pero que logra hacer su propia simbiosis de todo ello llevándolo a lo más alto. Es difícil decidir cuál disco es el más «inmortal» de Opeth, pues en «Damnation» o «Still Life» también tenemos preciadas joyas, pero éste en su conjunto suena verdaderamente arrollador, matriculándose, por cierto, en el podio de honor de las mejores placas de metal progresivo de la historia.
Por Patricio Avendaño R.