Disco Inmortal: Pearl Jam – Yield (1998)
Epic Records, 1998
«Nos debimos haber cambiado de nombre» bromeaba Jeff Ament en el documental «Single Video Theory» centrado en las sesiones que dieron vida a este quinto y querido disco de los mosqueteros de Seattle, «Yield» (curva) un álbum que los redefinió en su momento pero en que curiosamente al mismo tiempo estaban volviendo a sus raíces, donde tratan de ver las cosas de un modo más reflexivo y espiritual. Ament se refiere justo a eso, cada integrante estaba evolucionando a su manera, ya estaban entrando en una edad más «madura» por así decirlo (todos pasando los 30) y en las canciones queda reflejado totalmente. Hubo solidez en la composición, una mirada un poco más amplia que el mismo grunge y toda esa era de donde venían saliendo y siendo parte de un- a veces – odioso nicho, pero con la pasión de siempre creando himnos que hoy en día siguen siendo vitales en su cancionero.
Dos novelas importantes de los que la banda se nutrió de ideas sobre la vida, el existencialismo y hacía donde va la evolución humana: «Ishmael» del escritor Daniel Quinn, y la novela El maestro y la margarita del escritor Mijaíl Bulgákov, dos obras que también desarrollaron en conjunto y que, casi por primera vez en su historia, nos mostraban a Ament y Stone Gossard muy participativos en la escritura de las letras, sin obviar por supuesto al gran Eddie que desata uno de los momentos más brillantes de prosa en las estructuras de los temas de PJ en este disco.
El álbum de la icónica imagen del letrero de la carretera de Montana abre furiosamente con «Brain of J» («J» por John Kennedy precisamente o JFK), ya desde el primer minuto planteando ideas del mundo y de una nueva mirada en él («El mundo entero será diferente pronto/El mundo entero se estará relevando»). Actitud desbordante y muy rockera, que contrasta por cierto muy bien con otras canciones. En el video de las sesiones la banda habla de su cambio en particular, el hecho de que se muestren marcando una tarjeta como entrando a una empresa es un detalle no menor. Por primera vez vemos a la banda realmente profesional y ensimismada de su trabajo como «equipo».
El disco y este cambio sin ataduras engendraron himnos de la estirpe de «Wishlist» o «Faithful», la primera basada en una lista de deseos casi con una inconfortable aceptación, donde esa marcha que la sostiene se transforma en una de las más mágicas del disco. Una belleza. La segunda es el clásico cuestionamiento a la fe y religión, ironizando al máximo, como es la patente del disco y la lírica de Vedder: a través del sarcasmo tratar de llegar a nosotros de una forma brutal.
‘Pilate’ es obra y gracia por completa de Ament y bastante orgulloso se sintió luego de ello. Sin ser un tema excelente, tiene esa fuerza y calma que está en el ADN de la banda, en tanto el propio Jack Irons, quien fue el hombre encargado de la batería en el disco, tuvo su lugar con ese tema sin nombre situado más o menos al centro del álbum lleno de percusiones en distintos tiempos y con esa bizarra entrada vocal, una especie de intermisión para dar paso a «MFC», un tema que desborda ímpetu clásico de los The Who por todos lados y obra del gran Vedder.
Sobre Irons ciertamente hay que decir que sin duda fue un gran paso en su carrera, una carrera que ha sido poco estable en bandas propiamente tal, pues le acomoda ser de sesión, pero que sin lugar a dudas encajaba en este disco con lo que quisieron los grandes de Seattle, no así en el tour donde acusó agobio y donde su salida fue anunciada tras sus primeros shows en Oceanía: «Fuimos a Hawai y Australia con Jack. Cuando volvimos, Jack no estaba en condiciones de continuar. Tomó esa decisión más o menos solo. Puede ser un gran baterista, pero tuvo dificultades en la gira para poner la energía durante la duración de los shows que estaban haciendo. No sé si pensó que esperaban más de él», sentenciaba Brett Eliason, el ingeniero de la banda. El gran momento de Matt Cameron llegaba tras esto, pero eso da para otra historia.
Siguiendo con el álbum, PJ imaginó en él una de sus canciones más sagradas: «Given to Fly» es «una ola que va agarrando fuerza, que se hace más grande y más grande y alcanza su cresta y cuando finalmente se rompe desaparece» dice en las sesiones el propio Mike McCready, haciendo la comparación con el amor por las playas y el surf que es algo que siempre ha corrido por las venas de ellos y los ha inspirado. Es una canción que crece y te atrapa y cuando te tiene sumamente abrazado a ella te suelta con suavidad. Otra joya. «In Hiding» recorre los mismos parajes, una delicia de puntos altísimos, donde todo es iluminación y guitarras que recorren en conjunto uno de los momentos de mayor regocijo del álbum. También por la línea, las exquisitas guitarras de McCready y Gossard en “No Way” y la marca del bajo de Ament nos recuerdan que bien le resultan las cosas de los jameos en estudio.
Cuento aparte casi es la inmensa «Do The Evolution», una canción que se separa un poco de la media del trabajo de la propia banda incluso, con delirantes y geniales frases de Vedder inspiradas en el libro citado de Daniel Quinn sobre personajes de la cultura popular y una ironía tremenda sobre cómo hemos tratado a nuestros propios pares a través de la historia. Para qué hablar de ese tremendo video animado de Todd McFarlane que sentó bases en cómo abordar genialmente un video animado para un tema musical. DTE desborda rocanrol, conciencia, actitud y es una de esas maravillas que no se dejan de escuchar nunca.
La dulzura de «All Those Yesterdays» cierra el disco. Muy apropiada, pues el trabajo en conjunto es el que se muestra más intenso que nunca apagándose con un fade out (muy utilizado en el disco por cierto). El último disco editado en «Casete» de la banda marcaba la señal de los tiempos además: MTV, Internet, la masificación del acceso a la música y una nueva era para la banda, afrontando más que dignamente los 2000’s con un discazo. El tiempo hizo justicia, pues sigue siendo incluso un favorito de muchos de su rica discografía.