Disco Inmortal: Soundgarden – Superunknown (1994)
A&M Records, 1994
Quizá «Superunknown» puede ser lo que marca la quintaesencia de lo que es la estampa y la revolución sónica de los años noventa. Si bien Soundgarden ya nos había deslumbrado con tremendas obras directas al grano y proponiendo un sonido totalmente potente, metálico y a la vez experimental como «Badmotorfinger», en este disco de 1994 iba a conjugar eso de una forma más sofisticada y agregando ideas que iban a consagrarlos como una de las mejores bandas de la década.
Y es que «Superunknown» no dejó para nada las raíces del heavy metal y rock clásico que Soundgarden ya nos habían demostrado, pero acá- y en un disco para nada mezquino, conformado de 16 canciones- hubo espacio para powerballads llenas de ingenio y melancolía, con tonos tenues y oscurísimos a experimentaciones claras con la sicodelia en una adaptación muy propia.
Para empezar, hay dos canciones brutales para abrir el disco; primero ‘Let Me Drown’ , que sacude toda tu cabeza desde los primeros riffs zeppelianos con que se nutre. Adrenalina pura solventada a punta de fuerza y crudeza; en ‘My Wave’ tenemos algo similar, el disco de inmediato dejando las cosas en llamas, si Pearl Jam decía «This is Not For You», Soundgarden tendría su rebeldía y actitud propia también para decir «keep it off my wave». Ambas canciones que abren el disco no pudieron estar mejor puestas una al lado de la otra.
Pero también Soundgarden iba a probar con oscuras y brillantes baladas, es el caso de ‘Fell on Black Days’ que tiene la enorme característica de contar con un riff exquisitamente afinado que es capaz de estremecerte, para qué decir los penumbrosos coros por donde se mueve, Cornell escribiendo una letra tan depresiva como el propio Layne Staley; tiene un realce impresionante, su melodía es innovadora y las ganas de cantarla a todo pulmón aparecen como cegadas ante el impulso que provoca. Puede ser de lo mejor del álbum y eso que sólo es la tercera canción.
También Soundgarden iba a jugar al Led Zeppelin baladista con ‘Black Hole Sun’, pero nuevamente con unos dotes de originalidad notables, es de esas canciones que de alguna forma suenan clásicas desde el primer momento, también de una oscura lírica (no faltó mucho tiempo para que hubiese sido nombrada como una de las grandes del grunge de todos los tiempos). Cosa parecida sucedió con ‘The Day I Tried to Live’, una canción con imaginería propia, desde sus inicios, con esa exquisita entrada de guitarra con un sonido devastador y dulce al mismo tiempo, hasta el poderío de sus riffs que van cada vez más in crescendo, el tema de la locura y desvaríos mentales son tocados acá en puño y letra de Cornell.
El disco te sacude por todas partes a decir verdad, hay mucho complemento de melodías, riffs, y sonidos para descubrir que eso lo hace tan inmenso, ‘Mailman’ por ejemplo es una canción de hard rock que se arrastra por el suelo de lo «abajo» que recorre sus paisajes sonoros, todo seducido por un riff constante y poderoso de Kim Thayil. De esta misma forma encontramos ‘4th of July’, la cual llega a ser mágica dentro de toda su oscuridad. ‘Limo Wreck’ también podría estar dentro de esta tríada de canciones, oscurísimas y grandiosas al mismo tiempo. Basta adentrarse un poco en el núcleo mismo del disco para darse cuenta que no sólo en los singles está lo mejor de este álbum, y estos ejemplos son lo más claro.
También Soundgarden nos iba a inyectar dosis de rock’n roll a su mejor y particular estilo, la tremenda ‘Spoonman’, con el tipo de las cucharas haciendo su trabajo y dándole tremendo plus a una de las canciones más representativas históricamente de la banda, ‘Kickstand’ está para levantar muertos, el golpe de Matt Cameron en la batería es casi sobrehumano.
También había tiempo para incursionar en la sicodelia, con gemas como ‘Head Down’ o ‘Half’, la experimentación con lo que se pudiera crear en una noventera versión de este estilo iba a primar y hacer más jugoso el resultado de la placa.
Soundgarden y «Superunknown» creó un disco realmente inmortal, se la jugó por encontrar en varios estilos y una búsqueda totalmente distinta a lo que venía haciendo en muchos casos completamente interesante, ni siquiera es un disco tan «grunge», aunque su lírica tenía todo que ver con la constante de bandas del estilo, creando una especie de propia versión de lo que fue quizá «Dirt» de Alice in Chains.
Musicalmente el disco echó una mirada por el espejo retrovisor y a millas de distancia, si Nirvana con «Nevermind» se debía al sonido melódico de The Beatles, Soundgarden recurrió al núcleo del sonido sabbathico y zeppeliano setentero y esa fórmula fue la que logró tener tanto éxito y que metió al disco casi como en una cápsula del tiempo, donde para muchos ya desde el ’94 a la fecha lo debiésemos haber escuchado…¿Cuántas? ¿Cien, doscientas veces?, quizás más, y la impresión de un sonido fresco y alentador sigue siendo la misma. Son 16 canciones que caminan casi solas cada una por su lado y cual más original que la otra, el título del álbum no pudo ser más apropiado, un disco que te condujo a sonidos «súperdesconocidos» pero completamente seductores e innovadores, tal cual como las grandes obras más clásicas del rock de todos los tiempos.
Patricio Avendaño R.