Disco Inmortal: T. Rex – Electric Warrior (1971)
Fly Records / Reprise Records, 1971
Cuando escuchas la voz de Marc Bolan en un álbum como Electric Warrior de T. Rex, tan sugestivo, sensual, luminoso, sientes que alguien te susurra al oído y te dice, simplemente: “Hazlo”… Es una voz que te incita, como el lado perverso de un instinto que quiere permanecer oculto pero que al mismo tiempo espera ser relevado. Bolan te insiste, no deja de hablarte a lo largo todo el álbum No te grita, no alza la voz pero tampoco se aleja. Te motiva, te jala y te empuja a situaciones indeterminadas de acción, ya sea a través de profundos monólogos en los versos o del parafraseo de aquellas frases comunes que hicieron grande al rock n roll de los 50, comparando a las mujeres con autos de lujo y asociando al amor con una posesión casi que material sobre una chica.
La voz de Bolan, que se despliega a través de unas canciones en gran parte centradas en el ritmo gracias a la mezcla de la batería de Bill Legend y la percusión de Mickey Finn, además de los sonidos de guitarras acústicas que acompasan la melodía y que se alternan con la vibración distorsionada de un pedal de fuzz en los solos y en los leads, entra a tu subconsciente y te obliga a actuar, a hacer cosas de las cuales seguramente te arrepentirás pero quieres experimentar. Te sugiere en el oído, penetrando en tu cerebro con una suave y calmada entonación que busques más allá de tu rutina y de tus limitaciones para encontrar el placer: un placer asociado a la sexualidad y a la capacidad de amar a tantas mujeres como sea posible — mujeres débiles, como las prefiere Bolan y las describe en la canción “Get It On”, dulces y sucias al mismo tiempo, delgadas y sobre todo con el blues en sus zapatos y en su alma — pero también a la posibilidad de aferrarse a una única sensación, sin concebir obstáculos y sin medir las consecuencias. La pasión por la vida como el elemento básico que genera la felicidad. Y tú puedes, como lo canta Bolan en el primer tema del álbum: “Mambo Sun”, amar a alguien como a un planeta, amarrar su corazón a una estrella, construirle una casa en el océano y fijar para siempre su amor en el cielo azul; pero, al final, Bolan también se mete en tu cabeza para desde adentro producir de manera continua y cadenciosa una frase que te queda sonando infinitamente, no importa cuando tiempo pases sin escuchar el álbum: “Life is a gas… I hope it last”.
Al contrario de esa voz sugestiva que incita al pecado y al error, la música del álbum no entra a tu cabeza: se irradia a través de tu cuerpo y te incita a moverte, a bailar. En la segunda canción del álbum, “Cosmic Dancer” se encuentra el significado de lo que Bolan entendía por entonces como el sentido más sublime de la música: la capacidad de producir movimientos inconscientes en las extremidades, de agitarse en el sonido y de sentirse incapaz, por algunos momentos, de parar. Era la mismo que habían entendido los pioneros del Rock n´ Roll en américa. Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Elvis Presley, Bill Halley: todos habían comprendido que lo que la nueva generación de jóvenes quería — jóvenes que habían crecido en sociedades que se reestructuraban penosamente después de la guerra — era ser dueños de una música que les permitiera bailar y pasarla bien. El jazz de los 50, en su complejidad musical, no generaba en las parejas la necesidad de pararse a bailar. Así se agotaban las posibilidades de la música hecha para escuchar y se abría la puerta a una nueva clase de sonidos, más elementales y más básicos, más rápidos, concretos, dinámicos, altos, disruptivos y agitados, todo en el nombre del Rock n Roll.
Es por ello que el álbum Electric Warrior es considerado como uno de los pioneros del Glam Rock. De hecho, si alguna vez te preguntan qué es el Glam rock y te cuestionan por sus bases — mucho más atrás de la brillantina, el maquillaje, la colorida puesta en escena y, en una palabra, la trabajada relación entre lo visual y lo auditivo de bandas como Mötley Crüe, Poison o Twisted Sister—, en Electric Warrior encuentras todos los elementos: las canciones simples y sencillas, las continuas referencias al sexo, la concepción misógina que compara las formas y la anatomía de las mujeres con los carros, el recuento de historias que narran cómo las mujeres caen de manera inevitable a los pies del talentoso y endiosado cantante. Y, de manera casi que contrastante, en el álbum también hay análisis sobre el papel del hombre en el mundo, sobre el poder y la existencia, todo a través de una mezcla de blues y de folk hecha principalmente para bailar.
Solo tienes que ver alguno de los videos promocionales que grabó T. Rex para este álbum —“Life Is a Gas”, “Jeepster”, “Get It On”—, para entender qué es lo que quería trasmitir la banda. Ves a los cuatro integrantes tocando, el cabello alborotado de Bolan, mucho brillo, zapatos elevados, colores que no combinan. Detrás de la banda se van proyectando imágenes de autos y de motocicletas. Bolan no para de bailar con su guitarra, hace movimientos curiosos que parten del centro de su cuerpo y muestra una actitud sumamente confiada y segura: la actitud de alguien que ya ha vivido y experimentado varias veces las palabras que está cantando. La actitud de alguien que sabe que está causando una impresión deslumbrante con su guitarra, con el trasfondo rítmico de una percusión que incluye congas, maracas, panderetas y bongos, con los colores que se proyectan y con el mágico encanto del rock n roll de los 50 que renace a través del glam.
Pero, en el fondo, hay algo que desconcierta en el álbum. No alcanza a proyectar del todo esa alegría, esa superficialidad basada en el baile, en los movimientos pélvicos y en la intrascendencia de las relaciones humanas. Las canciones, la sugestión, la incitación y el ritmo, todo al final deja una sensación de pesadez, casi lúgubre. Recuerdas que la vida es un gas, que al final nada de lo que has hecho importa, que puedes bailar todo lo que quieras pero que tal vez nadie te va a ver y que, indudablemente, en un momento determinado te vas a cansar. Es un mal sabor al final del camino, una sensación de desasosiego. Es como ese momento cuando la fiesta se acaba pero tú no quieres que se acabe. Cuando debes volver a casa pero aún tienes mucha energía para seguir. El alba comienza a abrirse paso en las ventanas entrecerradas, y entiendes que es hora de irte. Agarras tus cosas. Puede que las palabras de Bolan sigan sonando como un eco en tu cabeza pero de alguna manera ya no tienen el mismo poder. Te vas caminando con la sensación de que hubieras podido vivir algo más, crear momentos más memorables, y al mismo tiempo tampoco sabes cómo lo hubieras podido lograr. Así que eso es todo; la niebla comienza a dispersarse y tú comienzas a ver claramente mientras caminas de vuelta a tu hogar.
Por Alberto Aldana