Disco Inmortal: The Stone Roses (1989)
Silvertone Records, 1989
En julio de 1987, Johnny Marr se marchó de The Smiths y se acabó la banda que, para muchos, había sido la salvación de la música durante una época muy triste en el Reino Unido manejada por una figura paternalista y conservadora como lo fue Margaret Thatcher. La juventud buscó en el sonido del House y en el éxtasis alguna escapatoria al vacío que dejó la agrupación donde militaba Morrissey.
Sin embargo, una nueva ola se había gestado en Manchester, que daría un vuelco hacia un estilo más psicodélico a la escena indie que había iniciado los Smiths. Los Stone Roses se pusieron al frente y con su disco homónimo guiaron los estandartes de una nueva invasión británica. El larga duración que salió en abril de 1989 demostró que el rock también puede ser bailable, y que las inspiraciones de agrupaciones como Led Zeppelin, The Kinks y los Beatles podrían ser el antídoto para refaccionar a Inglaterra.
“Solo somos un grupo rítmico, simple folk pisoteado”, describió – con aire altivo y desafiante- Ian Brown, a fines de los ochenta, el sonido de su banda. ¡Y cuánta razón tuvo! Pues los mancunianos provocaron desde un comienzo, pues la portada del disco – a cargo del guitarrista John Squire- estuvo inspirada en el expresionismo abstracto del estadounidense Jackson Pollock y los sucesos acaecidos durante mayo y junio de 1968 en Francia cuando las protestas estudiantiles de jóvenes izquierdistas pusieron entre las cuerdas al gobierno del veterano Charles de Gaulle.
“Suenan las campanas en la mañana del domingo / Hoy ella se propuso robar lo que nunca pudo tener / una carrera de este hoyo que hasta ahora era su hogar”, comienza a balbucear Brown con “Waterfall”, canción co-escrita junto a Squire y que ostenta aquel sonido psicodélico de la costa oeste, pero con el aire de petulancia de Manchester. Seguida de este himno, aparece su hermana gemela “Don’t Stop” que tiene la misma sonoridad, pero hecha al revés y con una letra bastante modificada.
“I Wanna Be Adored” es una canción que nos teletransporta a aquella música de los sesenta donde nos dejamos llevar por la sinestesia (alteración de la percepción del tiempo y del sentido de la identidad) junto a la literatura de Aldous Huxley o Jack Kerouac. El semillero de The Birds o The Beatles se concentra de manera muy fuerte en esta pieza musical y que ostenta una letra bíblica y digna de adoración para los ingleses. “I wanna be adored / You adore me” (“Quiero ser adorado / Tú me adoras”). ¿Alguna duda de lo que Ian y compañía nos quiere exponer con esta canción? Lo dejamos para el libre albedrío del lector y por supuesto, el oyente.
«Tear me apart and boil my bones / I’ll not rest till she’s lost her throne / My aim is true my message is clear / It’s curtains for you, elizabeth my dear» («Apártame y hierve mis huesos / No descansaré hasta que haya perdido su trono / Mi objetivo es cierto, mi mensaje es claro / Es el final para ti, mi querida Isabel»), es lo que dice completamente la pieza acústica de “Elizabeth My Dear”, que expone fielmente el espíritu antimonárquico de los músicos.
No obstante, hay otra pieza que también despliega aquellas raíces en contra de lo establecido y que se vio expresado en la portada, pues su antecesora “Bye Bye Badman” hace una apología a los sucesos de París en 1968 y que ataca directamente a de Gaulle. Para bastantes especialistas, estas ideologías que expresaron los de Manchester fueron solo populismo por la arrogancia que demostraban en sus presentaciones y la jactancia que realizaron por su ropa y cortes de pelo, pero para los fans era una declaración de principios de los artistas.
De pasar a realizar conciertos en pequeños bares, los Stones Roses se la jugaron cuando las canciones del homónimo se comenzaron a masificar y el mismo año del lanzamiento de la placa, efectuaron un recital en la ciudad de Blackpool, que muy bien los podría haber sepultado como banda, debido a que en Manchester les costó llenar las locaciones para sus actos, pero el recibimiento hacia el cuarteto fue prodigioso.
“Para nosotros hacer conciertos era como caminar por la cuerda floja. Puedes caer en cualquier momento, pero disfrutas el peligro. Queríamos superarnos, para ver hasta dónde podíamos llegar. Alquilábamos lugares que sabíamos que no podíamos llenar solo para ver si lo lográbamos”, dijo en una entrevista el bajista ‘Mani’, mejor conocido como Gary Mounfield y que actualmente participa en Primal Scream. Y vaya que sí lo lograron, porque estuvieron más de tres mil personas en ese concierto.
“No malgastes tus palabras. No necesito nada de ti”, reza una de las estrofas de la canción que cierra este disco y que también era el plato fuerte de sus presentaciones en vivo: “I Am the Resurrection”. Una pieza musical que fue tomada como himno por sus fanáticos y en la cual el propio Ian declaraba su divinidad a sus seguidores a través de una rave (término acuñado para las fiestas house de los ochenta), pero con toques celestiales. “Yo soy la resurrección y yo soy la luz. Nunca logré odiar tanto como querría”, recitaba Brown antes de dar paso a uno de los sellos de la banda como era el rock bailable y que contenía un solo de guitarra que crecía hasta un punto máximo que luego caía pero remontaba, nuevamente, de forma estrepitosa.
La gente entendió perfectamente el mensaje de los oriundos de Manchester y de este nuevo movimiento que después se conocería como britpop. La semilla de lo que hoy conocemos como Indie tiene mucho en esta obra de 1989. El homónimo de Stone Roses junto al Pills ‘N’ Thrills and Bellyaches de Happy Mondays, hizo bailar nuevamente a una generación y les entregó un estilo único y que perdura hasta una época en que lo fugaz y transitorio es algo más usual. Sin más que escribir, pero citando a ‘Mani’, este disco fue la sonoridad de “los blancos más negros del planeta”.