«Facelift»: La poesía maldita de Alice in Chains

«Facelift»: La poesía maldita de Alice in Chains

Columbia, 1990

Corría el final de una década y el ocaso de todo un movimiento llamado glam metal llegaba. Todo mientras durante 1987 y desde varios años antes la movida en Nueva York, en sectores de Washington y sobre todo en Seattle muchas cosas ya pasaban. El nacimiento de una banda tan pesada y con síntomas de heavy metal pero con una mirada única llamada Soundgarden venía a iniciar lo que a la postre significaría el inicio para una generación que quizá no estaba preparada a ser tan fundamental como lo fue, los alaridos de Chris Cornell y las guitarras de Kim Thayil eran la antesala de que algo más grande que la vida estaba naciendo.

Justamente fueron los promotores de Soundgarden quienes se fijaron en esta banda, que traía el look del glam, pero que en cuanto a sonido poco tenía que ver con la taquilla del Sunset Boulevard californiano. Era Alice in Chains (un nombre de peso pero con un sueño sexual algo zoofílico creado por las torcidas mentes de sus integrantes) quienes estaban componiendo en su ya mítica sala Music Bank,—lugar de redadas de drogas y donde la banda incluso vivió— un EP que sería la pauta principal para un disco bestial, devastador, transgresor y ultra heavy. ‘We Die Young’ se tituló ese registro de tres canciones.

El suceso de AIC residió en sus guitarras poderosas, pero también en un hombre fundamental para lo que representaba este movimiento y sus letras: Layne Staley secundado por el gran Jerry Cantrell cantándole a la soledad, la angustia, la desesperante forma de ver la vida y los sueños de muerte que desgarraban desde un primer minuto con estas canciones proféticas: ‘We Die Young’, como si Staley estuviera con una bola de cristal viendo lo joven que sucumbiría ante su depresión y adicción; ‘Man in the Box’, una verdadera oda al sentirse alienado de la sociedad, la dolorosa ‘Love, Hate Love’, poniendo al amor desde el punto de vista de un monstruo, rompecorazones y derrotista («Lost inside my sick head/I live for you but I’m not alive/Take my hand before I kill/Still love you, I still burn»). Eran sentimientos que encajaban perfectamente con la generación X de estos años, y temas algo tabú para la sociedad que hoy en día cobran vida más que nunca al saber el desenlace del protagonista de esta historia.

También musicalmente tuvo dosis de funk metal de alto calibre (‘Put You Down’) o canciones de empuje increíble, con un fuego como para quemar una catedral (‘The Real Thing’). Columbia Records apostó por ellos y la verdad es que el acierto no pudo haber sido tan importante: eran cuatro chicos que en su estudio se tomaban todo a la broma, que por esos años vivieron bajo un puente, pero que estaban construyendo un puñado de canciones que representaron a muchos y que lo siguen haciendo, al punto de seguir a esta banda donde sea y donde fuera y mantenerla hoy en día intacta como si fuera el primer día que la escuchamos.

El sonido Sabbathico estaba ante todo, pero con una melancolía oscura, maldita, como sacado de los más profundos y recónditos pozos de un alma atormentada, con cenizas en el corazón, como si la muerte estuviera presente haciendo sombra en todo momento, visiones de maldición, de un futuro tan negro como la más terrible de las noches de un apocalipsis futurista cinematográfico.

Son más de 30 años de un disco que no pudo haber representado el sentimiento honesto de un tipo que terminó hablando y cumpliendo casi todas las profecías de este mar de dolor llamado ‘Facelift’, una obra maestra única en su especie y que a la postre consolidó un concepto, una realidad y una identidad fúnebre de una de las mejores bandas de todos los tiempos.

Patricio Avendaño

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