Iggy Pop: «Free» (2019)
Caroline International / Loma Vista, 2019
Iggy nos ha dado su vida desde los ’60. Tal como lo muestra el documental “American Valhalla” (2017), el dolor puede ser evidente, pero en alguien como Iggy la fuerza está en el corazón y no en su cuerpo cansado del peso de más de 7 décadas. Y si, además, recordamos “Post Pop Depression” de 2016, da la sensación de que la iguana está, hace un rato, tratando de atar cabos sueltos de su carrera antes de retirarse con el deber cumplido: “Sentí que quería ponerme a la sombra, dar la espalda y alejarme. Quería ser libre”, explicó en el anuncio de “Free”, su decimoséptimo álbum que, por sus características intimistas, obliga a recordar “Avenue B” de 1999 pero, a diferencia de aquel, las ideas que se plasman en la estructura musical son de otros artistas. Sarah Lipstate, guitarrista experimental con amplio recorrido y que responde al apelativo de Noveller, y Leron Thomas, trompetista que se ha labrado un nombre en la escena neoyorquina, son el cerebro tras “Free”.
El inicio es con el homónimo, un etéreo jazz de atmósfera inquieta gracias a la voz de Iggy, lenta pero decidida, y que resulta un viraje al disco que grabó con Josh Homme.La triste trompeta de Leron Thomas encaja con la portada del álbum y esa sensación de desear la libertad, pero ¿libertad de qué?, ¿escapar del Iggy ícono del punk?, ¿liberarse de la etiqueta?. Y no es casualidad que estas preguntas nos recuerden que algo muy parecido se planteó David Bowie en su obra final “Blackstar”; esos nebulosos saxofones se cambian por la trompeta de “Free”, y donde Bowie diseccionó su muerte, Iggy Pop prefiere plantearse un descanso que parece inspirado por Brian Eno. “Loves Missing” es menos densa y contiene riffs llenos de reverb, aunque hacia el final del tema hay un caos rítmico que no termina de encajar con el Iggy que conocemos. Luego se van sumando otros elementos, como los sintetizadores y los golpes que adornan “The Dawn”, o las formas más técnicas que dan vida a “Glow in the Dark”.
“James Bond” y “Dirty Sanchez” son más tradicionales y la escucha pierde fuerza, la cual se recupera en “We are the People” (un poema de Lou Reed), en el que nos habla con una voz enorme. Esta canción no tendría el impacto que logra sin la trompeta de Thomas, mientras que la guitarra de Noveller es hermosa y pinta paisajes sonoros que destilan melancolía, tal cual ocurre en “Page” y “Sonali”, que son propuestas distintas e impactantes. Durante todo este viaje, Thomas apoya sobremanera para resaltar la belleza envejecida en la voz de la iguana, junto con ser una herramienta sumamente emocional para todo el álbum. Eso es este álbum, una catarsis.
La portada habla por sí sola. La figura del mítico cantante adentrándose en un mar tranquilo, esperando el amanecer despierto, mientras millones duermen y se pierden esa posibilidad de estado contemplativo, tal cual se reflejará en el disco, en su duración, en la intensidad de su voz, en la atmósfera.
Al igual que en “Lust for Life”, su reverenciado álbum, Iggy Pop rodea su voz en “Free” con diferentes texturas que no encajan en el formato “rock”, lo que logrará que sus seguidores, más bien los de aquella figura emblemática del punk, se pierdan con esta colección más poética y recitada, que responde también al agotamiento de la gira del disco anterior y del hastío de ser guiado. Esta es la obra del viejo Iggy, tal cual la tuvieron Johnny Cash o Bob Dylan, donde queda claro que el rockero que se lanzaba al público sin polera, hoy es un hombre sabio y que parece haberse desprendido de algo cuyo peso ya no quería cargar.