La inquietud enfermiza de los australianos no se detiene. La banda va por su vigésimo…
King Gizzard and The Lizard Wizard- «Nonagon Infinity»: El día de la marmota del rock psicodélico
Flightless / ATO Records, 2016
Si hay algo que a veces apreciamos de algunos discos, es aquel querido curso cíclico, esa sensación de algo que sigue y se perpetúa, incluso cuando llega al final, el círculo completándose pero invitándote a redescubrirlo una y otra vez: Pearl Jam en Ten, el grandioso «The Wall» o cosas de Tool que guiñan sus canciones entre sí nos dan un poco de este mundo en que todo tiene relación además con la infinidad. En el contexto moderno King Gizzard And The Lizard Wizzard y el estupendo «Nonagon Infinity» no hace más que replicar la tesis de la infinidad en términos auditivos de las cosas, algo también más desarrollado en la conexión entre disco y disco, en el más complicado teorema «GizzVerse», pero acá la historia es otra.
Y es que además estamos ante uno de los discos más rockeros, intensos y trepidantes de su discografía y de la década recién pasada, un disco que cuenta con esta gracia y la sensación de estar escuchando un solo tema bifurcado en secciones. Adrenalínico, divertido y sagaz, «Nonagon» sin duda ya es uno de los más notables de la carrera de los australianos, que cuentan con una producción de las más numerosas que ha percibido la historia de la música en los últimos años.
Lo de la subdivisión es algo que le gusta a los reyes lagarto, ya lo hemos visto en otro interesante disco como el «Murder of The Universe», pero acá hay algo distinto, por que el tono del «gran tema» que une todo es similar, macizo y muscular, te mantiene absolutamente prendido de principio a fin con incesantes ritmos de sicodelia garagienta, baterías frenéticas, las afinaciones micro tonales que la banda ha seguido estudiando y desarrollando y por sobre todo, una onda impresionante, eso más la capacidad de auto adaptarse un tema con otro, marchar de forma grandiosa en el ensamble como un ‘bucle sin fin’ en un álbum donde todas las canciones fluyen directamente entre sí.
Es así como ‘Robot Stop’ conecta con ‘Road Train’ y viceversa o la forma en que ‘Big Fig Wasp’ conecta con la motivante ‘Gamma Knife’, por cierto, con Ambrose Kenny-Smith en la armónica dando un especial aporte a la fusión, porque estos temas aparte de ir a mil por segundo, tienen el touch blusero y retro gracias ala incursión de aquel instrumento, convirtiéndose en protagonista de casi todo. El paso a la cadencia más robotizada de ‘People- Vultures’ no hace más que levantar el disco cuando todo está siendo demasiado entretenido, proponiendo los clímax que se mantienen en toda esta secuencia. Con ‘Mr. Beat’ tenemos una especie de descanso -solo un poco-para relajarse con un ritmo de menos tempo, pero no por eso menos adorable, mucha onda, funk , que nos va metiendo al tema dentro de la subdivisión más largo de la placa: ‘Evil Death roll’, dando rienda suelta a los riffs y la mirada frenética e inquieta de desbordaba creatividad en 2016. ‘Invisible Face’ es un buen «casi» instrumental y pasadizo oscuro para entrar imperceptiblemente a ‘Wah wah’, donde vuelve a sonar la armónica y todo se torna un poco denso, pero cadente y caótico al mismo tiempo, para luego repicar al paso final con ‘Road Train’, en uno de los discos en que verdaderamente el tiempo se pasa volando.
Teniendo en cuenta la meticulosa construcción del álbum, no sorprende que el guitarrista y cantante principal Stu Mackenzie y el resto del grupo: Joe Walker (guitarra, voz), Eric Moore (batería), Ambrose Kenny-Smith (armónica, voz), Lucas Skinner ( bajo), Cook Craig (guitarra) y Michael Cavanagh (batería) – habían estado soñando esto durante algunos años, improvisando ideas en el escenario antes de sumergirse en la grabación en los famosos Daptone Studios de Brooklyn. Lo mejor que ofrece la marca KGATLW es el poder de la comunión creativa que desarrollan tanto arriba como abajo del escenario y que acá plasmaron de forma genial y bien pensada.
Las letras del disco se centran en lo bizarro y grotesco, y se apoyan en gran medida en imágenes demoníacas, fantásticas y futuristas para dar vida a emociones raídas, grandes preguntas cósmicas y comentarios sobre el lado oscuro de la naturaleza humana (como en «People-Vultures», que retrata a los nunca saciados consumidores como parásitos). En «Evil Death Roll», Mackenzie desata una representación hirviente de un monstruo deslizándose, con las fauces abiertas y listo para atacar. Más adelante en la canción, las cosas se vuelven existenciales, mientras canta: «Distorsionas la noción del lugar, la otra cara del universo / La velocidad de la luz se ha ralentizado, la otra cara del universo», una frase sinuosa que vuelve a aparecer en «Invisible Face». Finalmente, en «Road Train», King Gizzard imagina un tren satánico que trae cierto dolor, violencia y destrucción a cualquiera que se cruce en su camino: «El vórtice se abre / Conduce directamente a través de ti», canta Mackenzie con una afinación más enojada en su tono, en medio de una maldita lluvia de guitarras psych metal.
Luego, simplemente y sin darnos cuenta, de repente, todo ha terminado, al menos, hasta que empiece de nuevo el ciclo infinito, el día de la marmota del rock sicodélico y uno de los discos más interesantes, robustos y creativos de los últimos diez años.