Klaus Meine: de casi perder la voz a la rutilante consagración
El vocalista de Scorpions desde sus inicios (1969). Pequeño, y que es asociado a una boina negra y grandes lentes de sol; muchas veces con pandero en mano, y un distintivo paso de baile en el escenario —levantando una de sus piernas. De las personalidades más amables dentro de la movida rockera, sin contar su característico tono vocal, que es acompañado con un vozarrón a prueba de balas —el cual jamás ha decaído. Por la descripción, suena como un pariente lejano —quizás a un primo en quizás qué grado, del desaparecido Ronnie James Dio.
Desde el debut discográfico de los alemanes, con Lonesome Crow (1972), sólo apuntaron hacia arriba. Un paulatino y limpio ascenso; nunca instantáneo, pero parecían disfrutar del viaje mientras iban acrecentándose. Una banda que siempre se destacó por su profesionalismo; sin ningún tipo de escándalos, abuso de drogas y mucho menos rehabilitaciones.
Durante los años 1974-78 el sonido se acercó a lo psicodélico —cortesía del guitarrista de por aquel entonces, Uli Jon Roth; pero en casi los albores de una nueva década se abocaron a un sonido masivo enfocado a los estadios —de la mano del actual encargado de las seis cuerdas, Matthias Jabs. Tras las correctas placas Lovedrive (1979) y Animal Magnetism (1980), estaban listos para dar el gran salto; conquistar el Éverest que les había sido esquivo: el mercado estadounidense. Pero tras unas pocas fechas, de aquel tour promocional, todo se fue a negro y fue cancelado sobre la marcha. Hubo un motivo de fuerza mayor: el vocalista perdió su voz.
A estas alturas un hecho conocido, fue la peor crisis que vivieron los Scorpions. Con el rabo entre las piernas, volvieron al estudio para vislumbrar lo que terminó siendo el monumental Blackout (1982), pero sin saber qué pasaría con Klaus Meine. Reemplazarlo nunca fue una de las opciones a tomar, aunque para las maquetas que estaban trabajando allí, fue convocado Don Dokken (Dokken). El diagnóstico no era alentador: por algunos doctores fue dado como un caso perdido; debido a problemas de laringe y cuerdas vocales.
En el documental A German Rock Legend (2004), es el mismo aludido que contó que no pudo echarse a morir, tras el espaldarazo que le dieron sus compañeros: “No tuve más alternativa que asumir el reto. Encontré en Viena un otorrino laringólogo muy popular y capaz, que tenía su consultorio junto a la ópera. Allí iban todos los cantantes, todas las estrellas, y sus retratos colgaban en la sala de espera; así que estaba en las mejores manos”. Por fortuna todo marchó sobre ruedas, teniendo una óptima recuperación ante el mal vaticinio inicial. Tiempo después rememoraría: “Recuerdo bien lo que se decía en la revista Kerrang!, en una reseña sobre Blackout: Klaus Meine tiene nuevas cuerdas vocales, cuerdas metálicas, y está mejor que nunca. Para mí fue como volver a nacer”.
Terminó siendo clave para el futuro de los teutones, siempre como la cara visible de la agrupación, que saldrían a comerse el mundo con las siguientes dos entregas; facturando dividendos millonarios, con una carrera que se catapultó por las nubes. Y ya casi a cuarenta años de ese fatídico momento, para el hombre que en 1990 escribió Wind of Change, terminó siendo casi una anécdota que no mermó lo que nos siguió brindando hasta la fecha. Pura tesura y voluntad.