Kurt Cobain: la madrugada del 5 de abril de 1994
Relato semificticio en base a las investigaciones, documentos e informes de los forenses, por Alberto Aldana
Él se levantó en la madrugada del 5 de abril de 1994 en su propia cama. Courtney no estaba pero las almohadas aún tenían su perfume, ese que él olió por primera en una caja en forma de corazón que ella le había regalado. Hacía frío y él dormía con su ropa puesta. Tenía un abrigo café, una camiseta de una banda de punk: “Half Japanese” y unos Levis. Antes de levantarse se puso el único par de zapatillas que tenía, unas Converse negras. La televisión estaba prendida, sin volumen. MTV pasaba segmentos de videos musicales variados. Él se acercó a su equipo de música y puso un CD: “Automatic for the People” de R.E.M. La primera canción, “Drive” comenzó a sonar con guitarras acústicas y segmentos de cuerdas en el fondo. Luego la voz de Stipe: “Hola chicos. Rock and Roll. Nadie te dice a dónde ir”. Él prendió un cigarrillo Camel light y se acostó nuevamente en la cama, esta vez con una hoja y un esfero rojo sobre su pecho. Ya había repasado este momento varias veces. Ya sabía qué iba a escribir en esa hoja, pero de alguna manera se sentía confundido. No era fácil. Los primeros rayos de luz comenzaban a asomarse por la ventana. Tenía que actuar rápido. Se sentó y lo primero que escribió fue: “Para Budah”, su amigo imaginario de la infancia. Para este momento ya sonaba “Everybody Hurts” en el estéreo: “Cuando tu vida es una noche solitaria, cuando sientes que quieres abandonar, cuando crees que ya has aguantado mucho de esta vida”.
Al terminar de escribir la carta, él se dirigió al armario. Quitó una placa de la pared y sacó un estuche que contenía una escopeta con balas y una caja de cigarrillos en cuyo interior había 100 gramos de heroína negra mexicana, una cuchara y una jeringa. También sacó dos toallas. Sabía que iba a haber mucha sangre. De la nevera tomó una cerveza. Salió de la casa, atravesó el patio y entró al invernadero. El piso allí era de linóleo y sería más fácil limpiarlo. En su casa quedó sonando el CD de R.E.M, sin nadie que lo escuchara, y probablemente a esta altura Stipe ya estaba cantando sobre un hombre en la luna.
Él se sentó en el piso del invernadero, pensando en muchas cosas. Pensaba en sus comienzos con Nirvana, tal vez, en la fama, en lo que se iba a perder pero sobre todo en la posibilidad de descansar finalmente y huir del dolor. Mientras pensaba alcanzó a fumar cinco cigarrillos Camel Light, y a darle varios sorbos a su cerveza. Tomó la carta que había comenzado a escribir en su cuarto, la apoyó sobre el piso y escribió una frase más, en letras más grandes y menos claras, debido a la difícil superficie sobre la que estaba apoyada la hoja: “Frances, para su vida que será mucho más feliz sin mí. Te amo. Te amo”. Tomó la carta y la clavó con el esfero rojo en una pila de tierra. Se sentó nuevamente y se quitó su abrigo de pana café. Lo puso encima de las dos toallas, perfectamente dobladas. Había planeado durante mucho tiempo este momento, y todo estaba calculado. Sacó del estuche la escopeta y le puso tres balas. Se fumó su último Camel Light y tomó el último sorbo de su última cerveza.
Luego agarró la caja de cigarrillos, sacó la mitad de los 100 gramos de heroína y los puso en una cuchara. Metódicamente, con mucha experticia, puso los 50 gramos en la jeringa y los inyectó debajo de su codo derecho. Era mucha droga. Todo comenzaba a nublarse rápidamente. Él de repente flotaba por todo el lugar. Miles de imágenes confusas y laberínticas comenzaban a pasar por su cabeza. Tenía que apresurarse. Su respiración comenzaba a detenerse, su boca se sacaba. Sus pupilas se volvían cada vez más pequeñas y el pulso se ralentizaba precipitándose hacia un silencio definitivo. Una sombra oscura comenzaba a rodear a cada objeto que lo rodeaba. Con sus últimas fuerzas tomó la escopeta del suelo. Puso el cañón justo encima de su boca. Sonará muy fuerte, pensó.