Kurt Cobain y su niñez: «El maldito gen suicida»
Quizá uno de los aspectos más enigmáticos y misteriosos de la vida es el comportamiento del ser humano y sus cambios, a veces drásticos y otras veces metódicamente pausados, pero con una maquinaria infalible, para que de alguna u otra forma -como cual vegetal, casi sin darnos cuenta- suframos cambios rotundos y determinantes, a veces en sucesos que marcan para siempre vidas cercanas paralelas y, como lo es este caso, a una generación completa.
El caso de Kurt Cobain siempre será curioso, de niño rebosaba inocencia, si bien no nació en cuna de oro precisamente (su padre trabajaba en una gasolinera, para luego ser reclutado por las industrias madereras de Aberdeen en Washington), tampoco se dio el caso en que de niño hubiera sufrido carencias, hambre o algo por el estilo que marcara un inmediato antecedente de sufrimiento congénito. Muy por el contrario, Kurt de niño era el alma del hogar, inquieto, incluso hiperactivo, adorable y con esa sonrisa y ojos azules dignos de un príncipe que iluminaba el seno familiar donde creció. Incluso en la preparatoria sus compañeros nunca lo tacharon de un niño con síntomas antisociales o de ostracismo, era un muchacho callado, sí, pero era participativo, bromista y muy unido a su grupo de amigos.
El gran soplo de cambios radicales que cayó de cuajo en la personalidad de Cobain niño sin duda que fue la separación de sus padres, lo que derivó a que finalmente se tuviera que ir a vivir con su padre Donald y su novia Jenny y decantando así una convivencia familiar que provocó uno de los peores temores de Kurt: tener que compartir cariño con sus dos hermanastros, Mindy y James, y más aún, cuando ese cariño estaba casi arbitrariamente a favor de los hijos de Jenny, con un Donald que temía perder tanto a su pareja que en más de una oportunidad inclinó la balanza hacia sus hijastros más que ante su propio hijo. Su abuelo Leland denunciaría estos pequeños abusos en más de una oportunidad: “Si, habiendo fruta en la mesa Mindy o James se levantaban a coger una manzana, no pasaba nada, pero en cambio, si a Kurt se le ocurría algo así Donald ponía el grito en el cielo”.
Kurt durante su niñez y adolescencia fue descubriendo realidades que le volaron la cabeza e insertaron un maldito capricho entre sus sienes, lo que él mismo llamó “el gen suicida”. Su bisabuelo murió en extrañas circunstancias descargándosele un arma en el ejército, su tío abuelo Burle se había disparado con una calibre 38 en el estómago y la cabeza, acusando ser victimizado por supuestos abusos sexuales, su otro tío abuelo Ernest murió de una hemorragia cerebral debido a sus serios problemas de alcoholismo a los 57 años (siendo advertido que si seguía esa senda terminaría así) y no mucho más tarde su otro tío abuelo Kenneth no soportó la muerte de su esposa y se pegó un tiro en la frente con un revolver calibre 22.
A sus “tiernos” 14 ya Cobain se despachaba frases con sus amigos como “Voy a ser una gran estrella de la música, me suicidaré y me veré rodeado de un halo de gloria”. También «bromeaba» inocentemente sobre morir como Hendrix, «suicidarme siendo rico y famoso como Jimi», ni siquiera sabiendo el real motivo de la muerte del guitarrista en esos años de infancia.
Doce años después se cumple la amarga sentencia de nuestro ídolo, pero antes dejó un rastro inolvidable que seguimos atesorando día a día.
Por Patricio Avendaño R.