La Ruta hacia Lollapalooza 2017: Rancid, punk rock con raíces radicales
“Esta es mi vida, viviendo en la ruta. Es lo que siempre hice, es todo lo que se.
Sólo quiero tocar en un show más, hacer algo de música con mis amigos” (The Highway)
Punk, hardcore, ska, reggae, algo de dub y funk. Esa variada propuesta rítmica acerca de cómo hacer punk, en el veleidoso 1994, fue lo que elevó a Rancid a la categoría de imprescindibles en lo que fue ese revival. La muerte de Kurt Cobain (y del grunge, en definitiva) había dejado a la deriva a la fanaticada, la que empezó a buscar ritmos más melódicos a los cuales aferrarse, pero que esto no significara sacrificar la fuerza avasalladora de la música noventera.
Formados en Berkeley, en 1991, Rancid tienen una gran influencia de The Clash y salieron al mundo en los días en que prosperaban Green Day y Offspring. Fueron acentuando su propuesta gracias al liderazgo del guitarrista Tim Armstrong, un fanático del hardcore y que encontró éxito en el under de la mano del bajista Matt Freeman, con un proyecto llamado Operation Ivy. Incapaces de soportar la popularidad, el grupo se disolvió al poco tiempo de la edición del primer álbum, pero la buena sintonía entre ambos logró hacerlos superar proyectos alternativos y el alcoholismo, decidiéndose a crear Rancid, invitando a Brett Reed a la batería.
El trío publicó su debut, con cinco canciones, en 1992, seguido por un LP homónimo editado bajo el sello independiente Epitaph. Durante un tiempo, el líder de Green Day, Billie Joe Armstrong, fue segundo guitarrista de la banda (incluso compuso «Radio», del álbum “Let’s Go”) pero decidió centrarse en su propio proyecto permitiendo la llegada de Lars Frederiksen. Con esta formación graban, en 1994, “Let’s Go”, el que vendió casi un millón de copias gracias al video “Salvation”. Este disco les concedió un lugar en la historia del punk gringo y probablemente sea su trabajo más impetuoso. Contiene trallazos repletos de punk frenético y directo. Su calidad es innegable y se destaca la labor de Frederiksen.
Luego llegó “…And Out Come the Wolves” en 1995, el cual posee la icónica portada de un punk con su cresta, mirando hacia el pavimento. El disco incluye himnos como “Ruby Soho”, “Roots Radical” y el trascendental “Time Bomb”, el cual es pura adrenalina y resume el estilo de Rancid en este disco, muy parecido a la semilla que había florecido con Operation Ivy. El álbum contiene un equilibrado punk-ska y una postura ideológica que cuestiona la visión racista de la constitución norteamericana, algo que nuevamente está en boga con Donald Trump. Tiene un ritmo menos acelerado que las dos primeras placas pero, a la vez, presenta este estilo híbrido que, para muchos fans, fue una experimentación rebuscada, pero que funcionó!. Para la crítica, está dentro de los mejores álbumes punk de los ’90, porque es un desfile de temas increíbles.
Ya en 1998 editan “Life Won’t Wait” donde siguieron con esta fusión de influencias clásicas con el ska y el hardcore. En el 2000 sale a la venta lo que se conoce como “Rancid 2000”, el más duro y consistente álbum de su carrera, en el cual lograron crear un sonido que, por describirlo de alguna manera, puso la línea divisoria entre el sonido Clash de 1978, con el del punk-hardcore de los ’80 en Estados Unidos. Este disco refleja la madurez y creatividad alcanzada y, para muchas revistas especializadas, fue el disco del año o uno de los lanzamientos más relevantes de esa temporada.
Luego de un descanso, reaparecieron en 2003 con “Indestructible”, trabajo que se ganó buenas críticas en general, mientras que una renovada prensa musical los tildaba como “la más popular y duradera banda de punk norteamericano”. La Rolling Stone los llamó “una banda brutalmente exuberante”.
El pasado era reconocido y los ímpetus del nuevo milenio renovaban sus energías, por lo que salen de gira en 2006, recorriendo California y Reino Unido. Pero la juventud ya no calaba igual en todos los integrantes y Brett Reed, tras 15 años en la batería, decide abandonar la banda, mientras que Armstrong anunció que dedicaría tiempo a otros proyectos. Ese pareció ser el final de Rancid.
De hecho, no hubo novedades hasta 2009, cuando reaparecieron dejando claro que nunca hay que darlos por muertos. Editaron “Let the Dominoes Fall”, un disco fresco pero con todo el oficio de Rancid intacto. Luego vino otro silencio, hasta 2014, cuando ve la luz “Honor Is All We Know”, el que parte con tres canciones que llevan consigo la impronta de la banda: guitarra distorsionada, velocidad a raudales y una batería que se dedica a marcar el ritmo. “Back Where I Belong”, “Raise Your Fist” y “Collision Course” nos llevan hacia el punk que Rancid nunca abandonó. Recién en el cuarto tema (“Evil’s My Friend”) encontramos el ska de la era de “Time Bomb” y “Old Friend”. Habían regresado y con intenciones de no desaparecer tanto tiempo de los oídos de los fans de siempre y de una nueva generación que quería descubrirlos.
Para lograr esto, hay dos cosas que los Rancid sabían que debían hacer: homenajear sus raíces Clash pero equilibrándola con más melodías y, lo segundo, salir de gira en busca de esos nuevos jóvenes que, gracias a Youtube y discos heredados de hermanos mayores, están descubriendo lo salvaje de su propuesta. Un ejemplo es embarcarse en la gira Lollapalooza 2017.
Los punk más puristas acusan a Rancid de querer popularizar un “happy punk”, algo que fue muy rentable para bandas como Blink-182, por ejemplo. La realidad es que las notas pop dentro del punk han sido frecuentes desde que Descendents lo impulsó, a principios de los ’80, y no por esto Rancid debe ser tildado como “Clash sin fuerza”. Por el contrario, sus incursiones con el reggae y el dub, más la rapidez y creatividad que los han caracterizado, los transforman en una experiencia imperdible en vivo. Lo que les pudiera faltar de “punk curtido” les sobra en emotividad e intencionalidad. Su música ha mantenido siempre el touch incendiario, son una mezcla explosiva de Sex Pistols y The Clash, pero con una imagen, actitud y sonido rabiosamente modernos.