La ruta hacia Lollapalooza: Queens of the Stone Age, colores en el desierto
Algunas veces, las mejores cosas de la vida suceden por algo que tú mismo hiciste sin pensar en las consecuencias a largo plazo. Por casualidad o causalidad, como quieran. En esta tónica, podemos citar un mito acerca de los orígenes del sonido que hasta el día de hoy acompaña e identifica a Josh Homme, columna vertebral de Queens of the Stone Age. La historia cuenta que un joven Joshua equivoca en enchufar su guitarra y lo hace a un amplificador de bajo. El sonido que logró con ese supuesto error daría origen a un “nuevo” estilo: el stoner. Era 1990.
Desde aquel sonido sucio y primitivo que recordaba a los Stooges y al primer Black Sabbath, Homme comenzaría a tatuar su nombre en la historia del rock. QOTSA nace en 1997, de las cenizas de Kyuss. Y tan abrasivos como el mismo desierto californiano del que proceden (Palm Desert, la capital mundial de las metanfetaminas), la primera generación de las reinas se despacharon un disco basado en la intensidad, factor que exprimieron por encima de mayores sutilezas. Rock del desierto, atestado de química y fascinado con el punto obsesivo que debe dar el vivir y crear rodeado de arena, roca y cactus.
Homme planteó su debut como un ejercicio para apabullar. Y lo consiguió. El sonido que estaba incubando QOTSA no se basaba en virtuosismos. Y a pesar del carácter evidentemente repetitivo de las composiciones (el cual motivó que Homme decidiera describir al grupo como “robot rock”), tampoco demostraban la intención de quedarse entrampados en el megalítico sonido de Kyuss.
Con el devenir de sus álbumes, sus armas siguieron siendo la economía en la elaboración de estructuras musicales, la rudeza guitarrera y rítmica, melodías vocales que fluyen desde el grito feroz a la entonación, y una ambientación repetitiva e hipnótica. Pero también, el amplio colectivo con el que Josh se haría acompañar (y asesorar) le daría más texturas a las melodías que sucedieron desde el homónimo debut. Gracias a un grupo variopinto de incorporaciones: Nick Oliveri, Mark Lanegan, Chris Goss, Dave Grohl, Alfredo Hernández, Alain Johannes, Natasha Schneider, entre otros, el sonido del desierto de Josh se llenó de colores.
Los álbumes de las reinas de la edad de piedra conforman una irreductible pared de sonido, y todos asumen protagonismo a partes iguales. Para el gusto de todo el mundo. Desde el rock desértico y psicotrópico de QOTSA (1998) a su reinvención pop en Rated R (2000). Desde el gran disco de rock de proporciones mastodónticas de Song for the Deaf (2002), a la baja de decibeles para el experimento psicodélico en Lullabies to Paralyze (2005). Y qué decir del futurista Era Vulgaris (2007), donde nunca habían sonado tan originales y desbocados. Supongo que cuando tu público se acostumbra a que tus trabajos tengan un estándar tan alto, tanto en calidad como en introducir nuevos elementos sin perder el espíritu, esto termina por llevar todos los componentes hasta sus límites -sino, pregúntenle a Mike Patton-, y encontrar la fórmula alquímica para esto no debe ser fácil. Por eso los seis largos años de espera para una nueva producción que varios estamos esperando con inquieta ansiedad.
El éxito conseguido con esta reinvención del stoner fue el signo de que el cambio de siglo fue favorable para esta manera de concebir el rock sin adornos (solos de guitarra, pretenciosos samples, instrumentos no convencionales, etc.). Rock en estado puro a la manera de los años setenta pero con las regalías del siglo XXI. Tras la visión megalómana de los monstruos del género de los años noventa, lo de QOTSA revela una mayor proximidad con el joven de la calle, tanto en sus aspectos más felices y banales como depresivos. Es rock con el espíritu del tiempo presente.
Estas nuevas texturas mezclan los colores del desierto con la grisura plomiza de la edad que vive el rock, al que, a falta de creatividad, se mantiene vivo y respirando a base de revisiones. El síndrome de la “retomanía”, como lo plantea el crítico musical Simon Reynolds. Y no deja de ser curioso esto que el rock tenga que acudir a lecturas que tienen casi cuarenta años para seguir reinventándose a sí mismo. Y vaya que QOTSA sabe hacer bien esto. Tal vez, es por la fascinación que Homme le encuentra a la modernidad, que encontró junto a su colectivo, una nueva tabla de salvación para la música de trazos más gruesos, condenada a un plano secundario en estos tiempos light y de satisfacción instantánea.
Quizás, es por eso que los metaleros los idolatran, los “indies” los respetan, los críticos los reverencian y las farmacéuticas los adoran.
¿Y los fanáticos? Ellos los esperan con el mismo nerviosismo que cuando tocaron el 2010 en el Club Hípico, y de seguro la tarde del sábado 6 de abril, cuando el sol aún abrace el Coca-Cola Stage y Josh enchufe su guitarra al amplificador Ampeg (sí, uno de bajo), al público del Lollapalooza no le quedará otra que rendir pleitesía a las reinas. Que los dioses las bendigan.
César Tudela B.