Limp Bizkit en Chile: El derecho asegurado a la fiesta

Limp Bizkit en Chile: El derecho asegurado a la fiesta

Ir a un show de Limp Bizkit es como ir a una fiesta. Deja poco espacio para la contemplación de la ejecución musical, y más bien exige entrega y compromiso máximo del público con la entretención. Así, es un concierto en el que el norte es pasarlo bien, en el sentido festivo del término. Pero a no confundirse: que esto sea una experiencia festiva, no significa que la música sea irrelevante y descuidada. Limp Bizkit es una banda que toca bien, que suena bien, y que para los seguidores del género, es un agrado escuchar cómo plasma en vivo todos los códigos que hicieron del rap metal un estilo tan querido por la generación 2000.

Con agrado, es posible decir que anoche en el Caupolicán Limp Bizkit hizo gala de todo eso, y lo hizo mejor que en su última visita de 2013. Se vio esta vez una banda mucho más enfocada en la música, con un Fred Durst comunicativo y anfitrión como siempre, pero con más ganas de cautivar al público por medio de canciones bien ejecutadas, y menos orientado a entretener por la vía del carisma, los chistes, y la interpretación de covers para la galería. El resto de la banda acompañó muy bien. A la solidez de siempre de John Otto y Wes Borland, se suma el aporte de Samuel Gerhard Mpungu, el reemplazante en el bajo de Sam Rivers. El trabajo de bajista en cualquier banda de rap metal es crucial, tiene mucho protagonismo, y Mpungu logra cubrir el puesto.

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Sorprendió mucho que el setlist dedicara tan poco espacio a Significant Other, el mejor disco de la banda y el que los catapultó a la fama. Solo tocaron “Break Stuff”, que sonó increíble, y “Nookie”, una de las más bajas de la noche, lo que hace notar por qué a pesar de ser uno de los mayores hits de la banda, no es una inamovible del repertorio habitual. «Gold Cobra» y «Bring It Back», las elegidas de su último disco, funcionaron bien en vivo, demostrando que la última placa tiene argumentos para meterse en el repertorio estable de la banda, y no todo es recuerdo. Pero la columna vertebral del show fue Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water, con siete canciones que sonaron como cañón, partiendo por «Boiler», la que abrió los fuegos, una canción que el mismo Durst ha reconocido que está entre sus favoritas, lo que se nota en cómo la interpreta. En «My Generation» le falló la guitarra a Wes Borland, y hubo un tramo más que perceptible donde la canción se sostuvo a puro bajo. Y Mpungu una vez más respondió. De ahí en adelante, si bien el sonido no se estropeó de forma desequilibrante, no fue el mismo cañón de la primera mitad del show, y saturó a ratos.

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Limp Bizkit demostró que los 20 años que vino a celebrar los pillan con muy buena salud. No se trata de una banda que haya que mirar con la condescendencia de la pura nostalgia, casi como algo kitsch. Es cierto, los tipos no tienen ni el interés ni las ideas para reinventarse o para adaptar su sonido a los tiempos que corren, pero eso no significa que sea una banda que no haya que tomar en serio, y los 5000 asistentes que colmaron el Caupolicán lo dejaron muy en claro. Ya han pasado 15 años de la moda y la sobre exposición, y Limp Bizkit hoy, en 2016, puede decir con propiedad que sobrevivió  a todo eso, y se convirtió en un clásico de nuestra generación. Les guste o no.

Por Felipe Godoy Ossa

Setlist:
Boiler
Endless Slaughter
Hot Dog
Rollin’ (Air Raid Vehicle)
Bring It Back
Gold Cobra
My Generation
Livin’ It Up
Counterfeit
Pollution
Eat You Alive
My Way
Nookie
Walking Away
Break Stuff
Take a Look Around

Nacion Rock

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