Marky Ramone Blitzkrieg en Chile: Sangre, sudor y punk rock
Con su pasada por Chile el año pasado dentro del cuadro del Santiago Rock Fest, Marky Ramone había dejado con ganas de más, demostrando que aún es capaz de revivir la leyenda de los Ramones en que fue, más que un ícono reconocido (siempre lo fueron más Johnny, Joey y Dee Dee), un hombre preocupado de perpetuar la leyenda de lo que es para muchos la mejor banda de punk rock de todos los tiempos.
Y así lo ha hecho, hablando de anécdotas e historias en diversas entrevistas a muchos medios, e incluso escribiendo un libro. Marky anoche brindó un set propagado por la fuerza de la historia, haciéndose querer por todos los que quedamos viudos a temprana edad de la banda, que solo algunos pudimos ver por estos lados en ese mítico show de 1994. Aquellos viudos, y los que no pudieron estar en el Santiago Rock City, dijeron presente anoche a punta de eufóricos mosh que no cesaron en ningún momento, pues era la actitud Ramonera del «one, two, three, four» (dictaminado tema tras tema por el bajista Alejandro Viejo) la que estaba al frente, la de entregar una abanico de clásicos del punk y la melodía impresionantes y que Marky no escatimó en desplegar generosamente anoche.
‘Psycho Therapy’, ‘Beat on the Brat’, ‘I Wanna Be Sedated’, ’53rd & 3th’, ‘Blitzkrieg Bop’, himnos de esa calaña pasaban rápidamente uno tras otro mientras el Club Blondie era testigo de un mosh en círculo que giró todo el concierto cual centrífuga humana. La actitud del hombre de las voces, el vasco Iñaki Urbizu Azaceta (que viene de la banda española Sumisión City Blues), parece estar cumpliendo su sueño de hacerlas de Joey/Johnny y vaya que le ha dado resultado, resultando ser muy sorprendente el parecido en actitud y voces de los icónicos líderes de Ramones fallecidos. La banda mostraba esa postura, queriendo salir del tributo y enorgullecida de tener a un verdadero Ramone en sus filas.
Fueron dos encore, la banda se fue y volvió a regalar más y más clásicos. La duración del show tuvo ese efecto: corto pero intenso, sin pausas ni tampoco mayor interacción con el público, como lo que era la banda que integró el batero desde «Road to Ruin» (1978) hasta «Adiós Amigos» (1995): un bombazo de rocanrol con actitud como para que no se te olvidara nunca más.
Estuvimos en el mosh, recibiendo empujones, codazos, entre medio de saltos, pero en la mejor de las ondas, con gente de toda edad, pues la música de los Ramones trasciende generaciones y lo sigue haciendo. Un show que se disfrutó y que se hizo bien corto la verdad, pasando la hora y media de duración y alrededor de cuarenta temas sacados del baúl más andrajoso y clásico de una de las bandas más influyentes de la historia del rock.
Por Patricio Avendaño R.
Fotos: Jerrol Salas