Nación Rock al rescate: Supersordo, el ruidoso legado de una transición

Nación Rock al rescate: Supersordo, el ruidoso legado de una transición

Un rock que llegó a sonar con una identidad y estilo absolutamente inédito en toda la historia del rock y que además contaba como parte fundamental de aquel poder, la certeza que sólo aquí en Santiago de Chile se pudo haber fraguado de ésta manera su rock and roll. Una de las cosas más especiales para mí de esta banda es justamente su aporte a la definición de nuestra identidad. Es un rock poderoso, odioso, (anti) poético y bien surrealista, que cuando logró alinear a la perfección el enjuague de personalidades, visiones y raíces de sus cuatro integrantes, específicamente entre el año 1995 hasta su fin en 1997, produjeron unas 15 o 16 canciones que creo son imprescindibles para la apreciación del rock, poniéndonos en el mapa de la música popular con un ejemplar que exuda una seguridad y vértigo en aquellas canciones (y unas pocas previas a 1995) que yo no recuerdo en nuestros anales rockeros.

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Pocas veces un grupo de rock chileno ha tenido por las bolas la simpleza y lo poco convencional de manera tan estilosa y en un equilibrio tan singular. La lírica y la música se complementan perfectamente para hacer crecer infinitamente las canciones; pero lo mejor es que si no entiendes español, la intensidad de la interpretación de Claudio Fernández siempre podrá hacer el mismo trabajo que logra con las palabras, dándole a la obra igualmente el tono poético y surrealista: con esto resuelven brillantemente la universalidad de su arte y de pronto la obra de Supersordo queda mirando de frente a la de Sonic Youth, Melvins, This Heat, Pussy Galore, Jesus Lizard, Gong, por dar algunos ejemplos de igual peso.

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Al singular estilo vocal y lírico de Claudio Fernández, se suma la fuerza motora de la banda, la que la hace desplazarse y envuelve en material indestructible su música, el guitarrista Katafú. La base rítmica tenía, por un lado, conocimientos formales de música en el caso del baterista Jorge «Giorgio» Cortés (con una ida y vuelta, pero es el que completa la alineación correcta, definitivamente), lo que permitió incluir juegos de tiempos y compases, que entraron en las canciones únicamente a sumar, nunca a enredar. Y en el caso de Comegato, el bajista, hágase una idea a través de Yajaira qué tipo de aporte pudo ser dentro Supersordo y lo encontrará claramente.

Eran cuatro músicos que difícilmente se hubieran juntado en los más rígidos y militantes ochentas. Supersordo nace de un hastío de la escena punk, thrash y hardcore de nuestro terruño, que coincidió con el retorno de la democracia, con que Nirvana sacara a Michael Jackson y a Madonna del N°1, el inicio de las barras bravas en Chile, con clásicos jugados a las 10 de la noche y con los accesos mal planificados, quedando sendas peloteras a la entrada y salida del estadio. Tanto Katafú como Comegato estaban hartos de los clichés e intransigencias de sus respectivos entornos (el anarco / furioso / esencial del punk y las hadas, doncellas y dragones del metal, respectivamente). Luego Fernández es el vocalista estilo sicótico de los que hay uno en diez millones, que resultaba ser medio trotamundos y se enganchó con esto de hacer ruta a campo traviesa a los gritos. Un baterista con estudios en percusión y saxo. Sólo querer salirte deliberadamente del molde pudo haberlos juntado. Entonces, pienso que la predisposición a trabajar con gente fuera del entorno inmediato fue un gran determinante a la hora de la tolerancia en la sala de ensayo, al momento de empezar a torcer una canción y dejarse inspirar por el compartido afán experimental de los compañeros, siempre pendientes de mantener la cabeza abierta para nuevos placeres a la hora de hacer música.

Hubo que esperar 4 años para que empezaran a salir las canciones que para mí lo cambiarían todo. En el intertanto se fueron haciendo de un culto de seguidores de lo más ecléctico y heterogéneo, cosa que era un eco lógico y supongo que estimulante para los músicos, que imagino veían que su camino resultaba atractivo más allá de tribus y credos, cuya alergia hacia aquello los había juntado en un principio.

No es fácil pillar su música hoy, pero aún es posible encontrarla en internet para quien sepa buscar; “Supersórdido” (1992 – Toxic), “Tzzzzzzz…” (1995 – Inferno) y “Un ruido inmenso de rock” (2000 – CFA). Las grabaciones de lo que iba a ser el disco de 1997, no he podido dar con ellas. Sí pude oír en el programa “La alcantarilla gaseosa”, en sus últimas ediciones por 1996, una versión en estudio de “Gallina”, que aparecería recién el 2000, muy bien grabada en vivo en La Batuta en el ‘97, en el póstumo “Un Ruido Inmenso de Rock”. Quien ubique esa canción sabe que dibujaba claramente a Supersordo galopando con truenos y marejadas al monstruo al que le habían dado vida hacía poco: estaba domado y escupían fuego a la par, cómplices.

Esa hidalguía por ir tras una promesa artística basada en la pasión por encontrar algo nuevo y que refresque el espíritu de sus integrantes, hacen que la obra de Supersordo sea muchas veces tildada de hermética. Al menos así entiendo el origen de esa catalogación que me la encontré bastante leyendo lo que existe sobre ellos. Pero la banda, haciendo gala de sus geniales paradojas, logra más temprano que tarde utilizar ése hermetismo para mantenernos la cabeza abierta para nuevos placeres a la hora de oír música. Unívocamente chilena siempre cabe sumar.

Por Sebastián Wrighton

Para ahondar más en su música, el documental «Historia y geografía de un ruido», donde ellos mismos nos cuentan acerca de su historia, se porta como un imprescindible:

Supersordo: historia y geografía de un ruido from Revista Lecturas on Vimeo.

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