Son contados los casos en que una banda incluye un single como último track en…
«Origin of Symmetry»: la hiperespacial ópera prima de Muse
Mushroom, Taste, 2001
Mientras aún estaban de gira con el Showbiz Tour (1999–2000) y pasando por varios estudios emblemáticos, (Abbey Road, Richmond Estudios y el peculiar estudio flotante de David Gilmour en Asturias) Matt Bellamy, Dominic Howard y Christopher Wolstenholme se propusieron darle vida a su nuevo trabajo discográfico. Inspirados de cierta forma por la música clásica, con la producción de John Leckie y decididos a experimentar con nuevos sonidos y texturas; el trio inglés, se sumergió en un mar de sintetizadores, efectos de guitarra y voces con falsete. Se destaca el uso también de instrumentos poco tradicionales como una marimba de madera y huesos, uñas de cabras, y demás extensiones de los cuerpos de batería. Matt Bellamy es conocido por experimentar con sus guitarras “Manson”, conocidas por integrar efectos y circuitos midi en su parte electrónica, algo que los fanáticos del gear no dejan de remarcar.
El nombre del disco está directamente relacionado con el libro “Hiperespacio” del físico teórico Michio Kaku, y surge de una metáfora que tiene que ver también con “El origen de las Especies” de Darwin. Así comienzan a dar vida estos 11 tracks donde está patente la fusión grandilocuente de música con aires de rock progresivo, fusionados con arpegios de sintetizadores vintage y riffs muy inspirados -según el mismo Bellamy- en el sonido de guitarra de Tom Morello.Una constante del álbum también, son las intros entre orquestales arreglos de piano y desquiciados sonidos de guitarras al límite, siempre apoyados por la dura y cruda batería de Howard, y el particular sonido de bajo que siempre aparece modificado para sonar más poderoso y sucio. Haciendo que la banda, por más de tratarse de un power trío, nunca pierda solvencia.
El disco nos dejó grandes canciones que con el tiempo se convertirían en clásicos, “New Born” la canción que abre el disco, “Plug in Baby” y la romántica “Feeling Good” (Cover de Anthony Newley y Leslie Bricusse) son claros ejemplos de esto. Fue también la llave de la puerta que los consagro, vendiendo casi dos millones de ejemplares en todo el mundo. Un trabajo que tardo en editarse en los Estados Unidos, porque el sello discográfico “Maverick” rechazó el material, argumentando que los falsetes de Bellamy arruinaban las canciones (cantante que en algún momento fue comparado con Thom Yorke por esa obsesión por la misma técnica), finalmente la banda terminaría de desvincularse del sello y dejando en claro su postura de llevar su creación artística al límite.
Siempre abocado a un formato de trio power rockero, con la guitarra de Bellamy explotando con diferentes recursos sonoros, el bajo casi siempre también procesado con efectos para reforzar los riffs de las canciones, en las manos de Christopher Wolstenholme, apoyados por la base rítmica de la contundente batería de Dominic Howard, que tampoco se privó a la hora de experimentar, la banda suena terriblemente poderosa de principio a fin, sin dejar de pasar por momentos instrumentales que pasan por todos los clímax posibles y más cambiantes.
Un gran segundo disco que los puso definitivamente en el lugar que hoy en día ocupan las bandas que se arriesgan y se juegan por su arte y convicciones. Convirtiéndose hoy en privilegiados abanderados del épico rock de estadios y definiendo un sonido propio. Demasiado importante como para no destacarse en su discografía, tanto para ellos mismos, como para los fans.
Por Sergio Guarnera