Ozzy Osbourne: de ángel caído a príncipe de las tinieblas
En la década pasada, para los menos instruidos, Ozzy era asociado mayormente con el reality show The Osbournes (2002-05). Una licencia que pudo darse el príncipe de las tinieblas, que en ese punto ya lo había conseguido todo —sin contar que también lo probó todo, siendo todavía una incógnita para la ciencia que esté vivo. Es imposible desconocer su legado con Black Sabbath, participando en su era dorada como miembro fundador; bastando sólo tres semi tonos menos para oscurecer el rock. Si se desea comprender el metal, hay que estudiar los primeros cinco discos de estudio de los de Birmingham. Pero el éxito arrollador no duró para siempre: en la última mitad de los 70’s aparecieron los trabajos irregulares, etapa que culminó con el reprobable Never Say Die! (1978). Formulas viciadas y pobres desempeños traían de más a menos a la banda, en especial Ozzy. No es un secreto todo el alcohol y drogas duras que pasaron por allí; debiendo tratarse de un caso descabellado, para que un grupo de adictos tuviese que expulsar a su vocalista por drogadicto.
Antes de que terminase la década el nombre de Ozzy estaba devaluado, no había mayor interés por él después que le llegó el sobre azul. La única persona que se le acercó, notándole el potencial que aún era capaz de alcanzar, fue Sharon Levy; hija del mánager de Black Sabbath y que terminó siendo su esposa. Sobre ella recae la responsabilidad de haberlo traído de vuelta, luego de encontrarlo en calidad de harapo en una habitación de hotel. Por el oficio de su padre terminó aprendiendo bien a mover los hilos, como para reconstruir una carrera. La primera idea fue formar un súper grupo junto a Gary Moore, pero no se llegó a buen puerto —aunque terminaron grabando juntos la canción Led Clones, en 1989, para mofarse de Kingdom Come. A fin de cuentas optaron por una banda de veteranos; de la talla de Lee Kerslake en batería, Bob Daisley en bajo, y un joven talento en las seis cuerdas: Randy Rhoads, proveniente de unos desconocidos Quiet Riot, y que junto a Eddie Van Halen sería el próximo héroe de la guitarra. De aquella formación se desprendieron los primeros dos discos: Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a Madman (1981).
Para todos resultó una sorpresa mayúscula el éxito que cosechó, inclusive para Ozzy y Sharon, que esperaban apenas un modesto recibimiento para una humilde carrera solista. Desde allí hubo de todo: tragedias como el accidente de avioneta en que murió Randy Rhoads, cambios recurrentes a la formación —que siempre contó con músicos de primera línea, en especial los guitarristas, excesos de drogas y alcohol como de costumbre, una prohibición de entrar a San Antonio por haber orinado la Misión de El Álamo, ventas millonarias y siempre en ascenso; con un catálogo cargado de hits que van a la par con los de Black Sabbath. Hablamos de un loco lindo, que cuando se apagan las luces y se le escucha decir “let the madness begin!” todos pierden la cabeza; siendo impagable verlo tirando baldazos, como una vieja en chalas en la vereda a las 8:00 de la mañana. No existe ningún otro regreso de esa clase, rutilante hasta decir basta, de alguien que se le daba por muerto —y no sólo a nivel artístico. Y aún está allí, con más de 70 años haciendo de las suyas.