Paul McCartney en Chile: El amor que recibes es el amor que das
Fotografías por Andie Borie. DG Medios
Hoy tocó en Chile por quinta vez el artista vivo más importante de la historia ante cuarenta mil personas. Paul McCartney. Desafiando sus 82 años de edad con un show de casi 3 horas y 37 canciones que muestran una carrera ilustre que es materia de leyenda, dejando atónicos a los todos y cada uno de los espectadores que repletaron el Estadio Monumental. No hay posibilidad alguna de que Paul sea de este planeta. Lo que hizo en este concierto —y lo que viene haciendo en esta gira Got Back— no tiene sentido humano alguno. Es increíble todo lo que nos hizo sentir. Es una leyenda. Un genio absoluto de la música. Lleva escribiendo e interpretando música de forma continua más o menos desde 1956. Durante más de medio siglo ha estado creando canciones sin parar. Su mejor obra está, sin duda, encabezada por los Beatles, pero hay joyas esparcidas a lo largo de su carrera hasta el día de hoy. No podemos pensar —con la excepción de Bob Dylan— en ningún compositor que se le acerque. No existe nadie que haya producido tanta música a un nivel tan alto en un lapso de tiempo tan largo. Y aunque normalmente nos referimos a él por su talento innato por componer canciones, pasamos por alto una serie de dones absolutamente maravillosos que exaltan su carrera. Si Paul nunca hubiera escrito una canción, sería uno de los más grandes cantantes, por que su voz es una de las mejores que existe —lo confirmó con I’ve Got A Feling esta noche—; si nunca hubiera escrito o cantado, sería uno de los grandes bajistas, y eso sin hablar de la forma que tiene de teclear el piano, la guitarra o su innovación en el estudio. El logro de su carrera es inmenso, histórico y será recordado como el músico más importante e influyente de la historia por los siglos de los siglos. De la misma forma que recordaremos este concierto que — aunque duela decirlo— probablemente haya sido la despedida de Paul McCartney en Chile.
Esta gira Got Back se trató más de vivir la experiencia que de escuchar a Paul McCartney cantar sus éxitos. Tanto para él como para el público funciona así. Para él funciona como centro de experiencias compartidas y durante toda la noche reconoció a sus compañeros de Beatles, su equipo y su familia. —Durante la media hora anterior al espectáculo, se mostró en pantalla un hermoso montaje de momentos de los Beatles y McCartney con la banda sonora de remixes—. Y para nosotros porque es el hilo conductor entre generaciones. Se podía disfrutar del ambiente en donde asistieron padres con sus hijos, abuelos, gente de todas las edades, congregados por solo un motivo. Ver a Paul en vivo. Y eso es lo que significa esta gira. La unificación de todos en un solo corazón.
“Can’t Buy Me Love» abrió la noche y continuó con una mezcla de Beatles, Wings y canciones de su carrera en solitario, o como Paul le dijo a la audiencia: «viejas canciones, nuevas canciones y algunas canciones intermedias«. McCartney tocó durante dos horas y cincuenta y ocho minutos y terminó la noche con siete bises. Durante todo el concierto, McCartney reflexionó sobre el tiempo de los sesenta con los Beatles, después con los Wings, siempre comunicativo, diciendo frases en español —suele estudiar distintos idiomas para soltar un par de frases en los países donde toca—, que fue muy entretenido. El “Hola chiquillas y chiquillos” y “Este carrete está cuático” sacaron múltiples carcajadas. En general, su voz obviamente no es la que tenia hace años, por lo que tuvo que bajar algunos tonos ya que su rango era más limitado, pero, aun así, todo fue absolutamente conmovedor. Podías cerrar los ojos e imaginarte escuchando a los Beatles en vivo. Durante la canción “I’Ve Got a Feeling» hizo un dúo virtual con John Lennon que fue una de las cosas más hermosas que hemos presenciado en vivo. La voz de Lennon inundó todo el Monumental. Realmente se podía decir que extraña a su amigo y compañero de banda. Y ni hablar del estreno en vivo de “Now and Then”. La última canción de los Beatles. Que fue un diluvio emocional. De las 37 canciones del concierto, McCartney cantó 23 canciones de los Beatles que iban desde las más populares como «Love Me Do» y «Hey Jude» hasta algunas de las menos populares como «I’ve Just Seen a Face«. También tocó la primera canción grabada por los Beatles o los The Quarrymen “In Spite Of All The Danger”. En algunos momentos ciertas canciones fueron más que canciones y se transformaron en una experiencia espiritual. Esto incluyó un solo acústico de “Blackbird” seguido más tarde en el concierto por “Let it Be”. En un momento de la noche Paul se puso el ukelele que le regaló George e interpretó el clásico de Harrison «Something«, con la banda entrando en acción a mitad de la canción con un gran efecto dinámico. «Obla Di Obla Da» siempre ha sido una especie de canción de los Beatles de usar y tirar, donde el público chileno la disfrutó a todo pulmón, de la misma forma que coreó entre lágrimas “Hey Jude”.
Como siempre, “Live and Let Die” de los Wings marcó el comienzo de la pirotecnia —increíble— y desde ese momento se prendió el fuego de todas las almas del Monumental. A largo de todo el concierto utilizó muchos elementos visuales diferentes que hicieron que el espectáculo fuera aún más entretenido y emotivo. Insisto que lo de Paul no es de este mundo. A los 82 años, no se esperaría que tuviera tal nivel de energía para ofrecer el espectáculo que ofreció. Su voz sonaba increíble junto a su banda. Dentro de ese cuerpo que envejece hay un corazón tan curioso, tan hambriento todavía, era cosa de ver sus ojos brillantes en las pantallas. Un corazón que sabe el peso que carga y de lo que significa ser Paul McCartney y que en vez de disfrutar sus años descansando por todo lo que significó en el mundo, por todo su trabajo, sigue de gira, sigue creando, sigue activo, porque es un corazón que ama su música a muerte. El mismo covid en 2020 le impidió emprender su última gira y su puesto original en Glastonbury, por lo que podría haberlo dejado allí y retirarse. En cambio, hizo más música, y McCartney III, un sucesor espiritual de los albumes solistas desenfadados McCartney (1970) y McCartney || (1980), vino a deleitarnos como un último gran disco a modo de ofrenda a todos nosotros.
Anoche pudimos darnos cuenta —por si alguien aún no se daba cuenta— que la música de McCartney es irresistible. Es alegría que nos ilumina por dentro. La forma en que se desenvuelve, la forma en la que funciona su voz y su bajo en los discos de los Beatles, la forma en que álbumes como Band on the Run captan la alegría que hay en el corazón. Es una belleza. Una completa belleza. Y a medida que pasan los años, esa sensación no se ha desvanecido: la belleza del trabajo de Paul McCartney es algo que deberíamos agradecer. Demos gracias por ser contemporáneos a esta eminencia musical. Y aunque es triste pensar que ya no quedan este tipo de artistas que junten tantas generaciones en un solo sitio, porque la música actual —no toda claramente—se basa un poco en el consumo inmediato, en la pérdida de dejar huella; sabemos que él seguirá adelante hasta que le sea físicamente imposible. Y cuando ya no pueda cantar más ni tocar su emblemático bajo Hofner, estas canciones y el espíritu enaltecedor con el que fueron hechas vivirán para siempre en cada uno de nosotros, y por, sobre todo, a los que fueron parte de este último concierto de Paul en suelo chileno. Qué regalo de la vida ser contemporáneo a Paul McCartney.