Rick Wakeman en Chile: Estandarte de dos pasiones
Hacia 1970, la escena musical del rock europeo estaba casi totalmente dominada por el rock progresivo, el cual tenía tantas variantes como representantes de calidad para cada una. Y una de las ramas más extremas fue aquella denominada como «rock sinfónico», la que buscaba invitar a ser parte de esta escena a compositores de la talla de Chopin, Mozart o Beethoven, tan grandes como complejos para esa convulsionada época.
Y dentro de los revisores de este panorama, la figura del tecladista inglés Rick Wakeman era llamativa, no solamente por su virtuosismo, sino también por las capas rimbombantes que aplicaba en sus shows. Pero los clásicos son clásicos y ya fuera en plan solista o como parte de Yes, el londinense supo mantenerse vigente gracias a una centena de álbumes muy conceptuales e interesantes, siendo el último de ellos «Piano Portraits», editado en 2017, y que llevó al piano esa música contemporánea que ha deleitado a generaciones, desde los años 60. Ya en marzo había pasado por Buenos Aires en formato «Live Simphony Orchestra», el mismo que trajo al Movistar Arena y que ya había sido presentado en 2008, en un espectáculo en la Quinta Vergara. Un formato que le queda perfecto a Wakeman, se siente muy cómodo y es él mismo quien le quita la variante «docta» que pudiera suponer una «gala sinfónica», según fue presentado el evento. Muy comunicativo y cordial, con zapatos rojos y pantalones rosados, el artista de 69 años se sacude de su historia y recapacita sobre la suerte de haber podido colaborar en proyectos que el tiempo ha propuesto como imprescindibles; lo señaló cuando recordó lo increíble que le parece que Yes esté cumpliendo 50 años y también cuando refirió a la influencia de los Beatles.
Con algo de retraso entró a escena, junto a un coro y una orquesta de casi 40 músicos, quienes dieron el vamos con una selección sinfónica del disco conceptual de 1975 «The Myths and Legends of King Arthur and the Knights of the Round Table», el cual sería pieza central de la velada; desde «Arthur» en adelante quedó sellada la absoluta calidad sonora que desprende su creatividad.
Festinaba con el público sobre su pobre dominio del español y sobre sus 4 matrimonios, al tiempo que sonaba «And You and I» de Yes, junto a sendas versiones para «Help!» y «Eleanor Rigby», las que unió en una sola pieza, logrando tranquilidad y calma en la primera, mientras que la segunda fue una explosión de sonidos a la orden de los imponentes violonchelos y tambores; potente y sublime resultado, con un ritmo in crescendo que invitó a seguirlas con el típico golpe de pie en el suelo. Fue uno de los mejores momentos de la presentación.
El disco «Piano Portraits» se originó gracias a aquella versión al piano de «Life on Mars?». Tras la muerte de David Bowie, el tecladista sacó a relucir los acordes que él mismo había tocado en el disco «Hunky Dory». Esta pieza ha sido uno de los puntos altos de la gira, teniendo como previa la propia introducción de Rick, cuando señala que es un tema de y para un gran y amado amigo. Bello instante. «Seahorses», del álbum «Rhapsodies», de 1979, fue otro de los elegidos para el repertorio.
Los discos «The Six Wives of Henry VIII» (1973), «Cirque Surreal» (1995), «Journey to the Centre of the Earth» (1974) y el «Return to the Centre of the Earth» (1999) tuvieron presencia en el setlist, el cual dio muestras del porte de Rick Wakeman y de esa faceta creativa única de unir siempre sus dos pasiones: lo popular y lo sinfónico. De hecho, es tan buen orquestador que, tranquilamente, podría dedicarse a la orquestación de música para películas, algo que ya realizó para los films de Ken Russell y que resultaron ser scores de gran calidad compositiva. En la parte final de la gala, deleitó con los clásicos «Roundabout», «Merlin the Magician» y «Always With You», coronando una revisión de sonidos salidos de batallas, lucha con dragones y dedicadas a princesas.
Fue una velada al estilo Wakeman pero sin sus compañeros analógicos Mellotron, moog o Clavinet. En esta ocasión fueron piano y orquesta las que desbordaron, acompañados de un gran manejo de la dinámica del evento, por parte del inglés. El ensamble sonó perfecto y los coros sostuvieron siempre el dramatismo de los pasajes más tensos. Queda la duda de si el recinto era el adecuado para un evento que no buscaba masividad, ya que disfrutar de un elaborado show en un lugar que no se llenó podría dar una idea errada del éxito del show, el cual fue despedido con vítores de pie, que tuvo cuatro bises, y que fue un alivio para volver a casa en medio de la neblina y el frío de la invernal noche capitalina, la que acogió a uno de los top 3 de la historia del rock y su influencia vía teclados.
Macarena Polanco