Roger Waters en Chile: La resistencia de una leyenda
Hace 6 años creíamos que ya le habíamos visto todo y en un máximo esplendor de magnificencia y espectacularidad en ese par de conciertos que nos brindó Roger Waters en Chile, y también creímos de alguna forma que sería probablemente la última vez que lo veríamos.
Pero no, el gigante de la leyenda de Pink Floyd supo decir más y darle un nuevo tramo a su carrera. Desde aquella pasada hasta ahora se dedicó a lanzar un emotivo documental que retrataba aquella gira y el rollo personal/familiar que le significó The Wall, lanzar un potente nuevo álbum de estudio y reinventarse con un show que nuevamente brilla por la espectacularidad, pero esta vez al 200 por ciento cargado a la política, a la dura crítica a los gobiernos neo fascistas, al clamor de los derechos humanos y al profundo mensaje de humanidad. Waters ahora más que nunca aprovecha la tribuna de miles de personas que se congregan en los estadios a verlo para manifestarse brutalmente y potenciar su activismo por causas humanitarias, políticas y sociales.
Así lo vimos y sentimos. Desde las 21.00 hrs. la mujer sentada en la playa en la ancha pantalla gigante y el sonido de las gaviotas nos anticipaba la calma antes de que muchas cosas pasaran. Dos bellezas del «The Dark Side of the Moon» auguraban para el arranque (la novedad, pues al fin Waters se desprendía de The Wall para repasar otras magnas obras de la carrera de Pink Floyd). Ahí estaban esas gigantescas «Breathe» y «Time» para desatar la euforia de un Estadio Nacional lleno; la primera seguida por las palmas de un encendido público y la segunda invadiéndonos con la locura provocada de un sinfín de relojes en la pantalla. La banda de lujo ya se hacía presente, una banda renovada, pues han caído pesos pesados que han estado a su lado desde 1999 con las giras de In the Flesh hasta The Wall Live, como el guitarrista Snowy White y sobre todo del baterista Graham Broad que ha estado desde 1987 con Radio K.A.O.S Tour hasta también la última The Wall Live, en recambio de Jonathan Wilson, guitarrista y gran apoyo vocal (cantó en muchas canciones haciendo el papel «Gilmour») como también el saxofonista y productor Ian Ritchie, presentado al final con vítores de parte de Waters como el productor además de su disco emblemático Radio K.A.O.S.
Las coristas Lucius (Jess Wolfe & Holly Laessig) tuvieron su papel importante también. La imponente «The Great Gig in the Sky» era lo siguiente. Cuando la primera vocalista, Clare Torry, la que grabó el disco, fue contratada, le dijeron que más o menos improvisara y que pensara en la muerte y el resultado fue impresionante. Anoche, la potente imagen de la corista, su inapelable calidad vocal, las estrellas de fondo y su cara en primer plano nos mostraba que así lo hacía y sentía, a la altura para un tema que habla de los finales de ciclos, de dejar ir, pero con un tono esperanzador al mismo tiempo.
El paso siguiente era la primera del «Wish You Were Here», que sonó potentísima y algo pseudo industrial. «Welcome to the Machine» y la severa crítica la industria discográfica de ese gran álbum. Waters caminaba de un lado al otro del escenario, pese a sus años sigue mostrando agilidad y movimiento, arengando al público y a su propia banda, lo cual es notable. Todo mientras las pantallas proyectaban mucha sicodelia, infinidad de colores, combinándose con las figuras humanas al mejor estilo de la videografía de Tame Impala.
Pero avanzamos, lo que seguía era en grande, pese a que —al menos en esta pasada— «Wish You Were Here» le ha resultado mejor a David Gilmour, pues no brilló tanto con Waters; eso sí, aquellas manos resquebrajadas en pantalla gigante nos decían algo para un tema que habla de extrañar a un ser querido, a un compañero y amigo, la historia sin fin de Waters, de desencuentro y disputas con sus ex-compañeros. Aquellas manos hacen un intento por unirse, pero terminan destruyéndose por completo. Qué representativo de su historia con Pink Floyd.
«Another Brick in the Wall» y sus partes II y III desataban el estruendo, los sonidos envolventes, ensordecedores y un final memorable, con niños y adolescentes chilenos acompañando. Era cosa de ver sus caras, sus gestos, se notaba que tenían «un papel» por cumplir, que debían mantenerse serios con el mensaje de resistencia que lucían en sus poleras, pero estar ahí, con Waters, en el tremendo espectáculo delataba la adrenalina y emoción intensa en muchas de sus caras. Momento inmortal para sus vidas. Momento de alegría y emoción para el show. Era el final de la primera parte.
El break fue de 20 minutos y mientras pasaba ello, las pantallas se quedaban un poco con lo último que había sucedido: la resistencia, pero de la forma más irónica posible, pues con frases como «Resist Mark Zuckerberg, Neo Fascism, Anti Semistism, The Unholly Alliance of Trump», entre muchas otras, Waters mostraba su desprecio y crítica exacerbada manteniendo al pie de la letra su mensaje.
Y al regreso lo fue más político e intenso aún. La segunda parte aprovechó las canciones de «Animals», aquel bello disco de 1977 inspirado en la novela/fábula de George Orwell sobre las clases políticas para desatar toda la ira de Waters. Eso pasando mientras en uno de los momentos más espectaculares del show, se levanta el edificio Battersea Power Station, con aquellas torres industriales y con la primera aparición del cerdo volador de la portada del disco, que tendría gran protagonismo en esta parte. «Dogs» decía al principio fuerte y claro mientras los músicos estaban proyectados en los muros, en otro buen acierto: aprovechando la pantalla anchísima para combinar el arte con los propios músicos tocando (algo que faltó, por ejemplo en la gira de Gilmour, donde aquel círculo proyectado no dejaba ver mucho, sobre todo de lejos—galerías— a los que estaban sobre el escenario).
Un cóctel de los perros y Waters criticando el neo fascismo brutalmente en «Pigs (Three Different Ones)». Si en la gira de The Wall ironizaba con esas gafas oscuras y con una metralleta disparando al público, ahora se convertía en lo que más odiaba con la grotesca máscara de cerdo. «Pigs rules the world», «Fuck the pigs» y el mensaje fuerte y violento (y hasta en español): «TRUMP ES UN CERDO» para provocar la ovación de gran parte del estadio. El chancho volador recorría el estadio con los mensajes de humanidad. Momento fotográfico cuando se desvanece en el medio del público como si fuese devorado por él, como si esta representación de los cerdos fascistas estuviera siendo linchada por la masa.
Con «Money» la cosa seguiría el tono: la economía, otro punto que Waters ha recalcado con mensajes, esta vez con un «nadie gana en tu mundo» mostrando políticos de distintos países y una explosión abrupta recordando Guerra o Hiroshima en medio del tema, un llamado de conciencia de lo que representa el dinero y cómo las Guerras son usadas a su favor. Ian Ritchie acá encontró su momento, pues hizo gala de su sabiduría al saxo para quedarse con el protagonismo, lo cual continuaría con la majestuosidad de «Us & Them», volviendo al «Dark Side», con imágenes de la pobreza en el mundo y el contraste con el poder. «Brain Damage» y «Eclipse» seguirían la señal hacia el final: el lunatismo, el prisma proyectado en la parte delantera, el lado oscuro de la luna. Nuestros ojos viendo algo completamente alucinante.
Estábamos cerca del final y se nos había pasado muy rápido todo, pero Chile recibiría un gran regalo de parte del gigante británico. Tal como lo publicamos en medios, el día anterior Waters había pasado la tarde con Joan Turner, viuda de Víctor Jara, y aparte de contar ese momento donde «conversamos y tomamos una o dos copas de vino», decía , recordó los terribles sucesos de tortura y ejecución ocurridos acá mismo, en este Estadio Nacional, junto con reproducir en su teléfono «El derecho de Vivir en paz», con el rostro del gran cantautor nacional proyectado en la pantalla. Pese a las pifias de algunos sectores (bien inexplicables por el momento y situación, por cierto), el estadio casi por completo se emocionó con este momento para atesorar. Acto seguido, extraño fue lo de «Gunner’s Dream», un tema de The Final Cut, que debutó acá en Chile y que lo tocaba por primera vez en la gira, para abrochar después todo con la impecable «Comfortably Numb» como era de esperarse.
Nos íbamos hipnotizados. Fueron tantas cosas. Mensajes, historia, arte, concepto. Waters usa el tremendo legado de Pink Floyd a su favor. Esas manos que antes se resquebrajaban ahora se estrechaban por completo. La mujer de la playa vuelve a aparecer para reencontrarse con su hija, la unidad y el gesto de humanidad por sobre todas las cosas. La hizo bien el gran Roger, con un show que se posa mucho en el espectáculo, sí, pero que no deja de transmitir enseñanza y emociones.
Por Patricio Avendaño R.
Fotos: Jerrol Salas