Saxon en Chile: El águila ha vuelto a aterrizar
Como de no creer, Saxon regresó después de la paupérrima audiencia que llegó a su primer y único concierto en Chile: Teatro Caupolican en octubre de 2011, que para la ocasión tuvo toda la platea cerrada y ni siquiera alcanzó a llenarse la cancha. Hubo que esperar un par de giras mundiales —una de ellas que pasó por Sudamérica en 2013, para tener una nueva oportunidad de recibirlos. Esta vez la excusa fue la presentación del disco Thunderbolt (2018), pero el secreto a voces era que se trataba de la celebración del 40° aniversario de la banda. Con fecha pactada para el 8 de marzo, a eso de las 21:00 horas, el lugar escogido para el reencuentro recayó en la Blondie; contra el disgusto inicial cuando se dio a conocer.
Pero lo cierto es que más que grandes arenas, lo único que Saxon necesitó fue un telón digital, con su icónico logo atrás de la batería, y una legión de parroquianos que llenaron hasta arriba a último momento. Con puntualidad casi inglesa, con cinco minutos de retraso, se apagaron las luces y sonó por parlantes It’s a Long Way to the Top de AC/DC. Tras una segunda pista grabada, el tema Olympus Rising, entraron a toda máquina con impecables versiones de Thunderbolt y Sacrifice. Con un sonido que caminó por la delgada línea entre la potencia y la saturación; Biff Byford con el papel de maestro de ceremonias, aleonó a un público que desde el primer minuto fue una olla a presión. Los clásicos no se dejaron esperar: Wheels of Steel, Denim and Leather y Strong Arm of the Law cayeron al hilo, sin anestesia. Un verdadero muro sónico con las guitarras de Paul Quinn y Doug Scarratt, y en la sección rítmica el bajo de Nibbs Carter y la batería de Nigel Glockler; formación que viene trabajando de manera continua desde 2006, y que lo afiatado está de sobra.
Tras una revisión a la penúltima placa, con el tema Battering Ram, volvieron hasta 1979 para lo que fue la ópera prima de Saxon, su disco homónimo, con Rainbow Theme, Frozen Rainbow y Backs to the Wall. Porque Biff ya lo dijo en entrevistas y en el mismo escenario: esto se trata de una fiesta por el legado forjado. Hasta les alcanzó para el homenaje de la noche, con They Played Rock ‘N’ Roll, recordando a Motörhead —en especial Lemmy; a quienes siempre le demostraron su respeto. Tras la contundente Power and the Glory, llegamos a la pedida por el público; votación a voz alzada. La elegida fue una que recién se re-incorporó en vivo el mes pasado, en el show de Nashville: Ride Like the Wind. La mejor herencia de la vapuleada época comercial de Saxon, en la última mitad de los 80’s; re-definiendo, en clave heavy metal, una canción pop de Christopher Cross. Y contra todo pronóstico hubo otra más fuera de programa, haciendo su debut en el tour latinoamericano: Solid Ball of Rock, el único gran hit que faltó en su anterior visita.
Literalmente apretaron el acelerador en Motorcycle Man, se atenuaron las luces en 747 (Strangers in the Night), volvieron al primer festival Monsters of Rock de Donington en And the Bands Played On. Revisitaron por última vez el nuevo milenio con Lionheart, retrocedieron hasta la tercera placa con To Hell and Back Again y Dallas 1 PM; y antes que los ánimos se enfriasen aparecieron las primeras notas de Crusader. Tras ello se apagaron las luces y se retiraron, pero volvieron para la recta final del bis: cómo no con su marca registrada, Heavy Metal Thunder, y una escueta versión de Never Surrender. Como cierre, y broche de oro, su multi éxito en el mercado estadounidense: Princess of the Night.
40 años que parecen no notársele a Saxon, o a las cuerdas vocales de Biff Byford. Alejados de los inmensos escenarios que están acostumbrados en el viejo continente; esto de aquí fue una velada íntima, que probablemente si los europeos la viesen no podrían creerlo. Una verdadera cátedra de heavy metal que bordeó las dos horas de duración; una banda dándolo todo y contenta con la retroalimentación, el público poniéndose a la altura y respondiendo como corresponde. Eso es lo que uno espera encontrar cuando el águila aterriza.
Fotos por Bastián Cifuentes Araya