Scorpions y Whitesnake en Chile: Clásicos inagotables
Scorpions y Whitesnake juntos, eso ya lo hemos visto. Repitieron el mismo cartel que desembarcó en el Movistar Arena, en 2016, este de aquí siendo cortesía del festival Rock in Rio; que tuvo lugar hasta el fin de semana pasado, e hizo posible esta gira sudamericana conjunta. Ambos shows casi calcados, con algunas sutiles diferencias a lo que nos mostraron la vez anterior. Por sobre 15.000 almas colmaron el reducto dentro de Parque O’Higgins, con un sold out que fue anunciado durante la tarde.
A eso de las 20:10 hrs. se apagaron las luces para el número de apertura: la Serpiente Blanca, que llegaba presentando su reciente Flesh & Blood —publicado en mayo pasado. David Coverdale cumpliendo con lo justo, apenas sacando la tarea adelante a esta altura con una maltrecha voz. Pero cuando toma el atril, y lo coloca apuntando desde su área genital; nada de lo anterior importa, vuelve a ser el centro de todas las miradas como si fuese 1987 —además de tomar el rol protagónico en la pasarela, el resto de la banda ocupando atrás su metro cuadrado sin lucir demasiado.
Un set de 75 minutos, con doce temas, que entró demoliendo con Bad Boys, Slide It In y Love Ain’t No Stranger. Fórmula segura, para una agrupación que pese a que siempre ha sido una puerta giratoria, todo el tiempo tiene elementos fuertes para mostrarnos. En este caso es la dupla de guitarristas: Reb Beach, también militante de Winger, y Joel Hoekstra; ex-Night Ranger y miembro más reciente de la colección. Junto con, claro, Tommy Aldridge en batería; que aunque pasen los años, es una verdadera bestia a la hora de aporrear sin piedad —con las baquetas, o directamente con las manos; como nos mostró con su habitual solo.
Un acertado orden de canciones, que no hostigó con todo el material debutante de una sola pasada. Hey You (You Make Me Rock) intercalada con el clásico Slow an’ Easy, Trouble Is Your Middle Name que le dio paso a un duelo de guitarras, Shut Up & Kiss Me antecediendo el solo de batería. Para ya, en la recta final, darle lugar a las joyas inmaculadas del disco homónimo: la endulzada Is This Love, Give Me All Your Love —quizás el mejor punto de conexión con la audiencia, Here I Go Again y la pesada Still of the Night. Y ya dando las gracias, a modo de despedida, cómo no iba a aparecer el guiño del paso púrpura del blondo vocalista: la desenfrenada Burn; antes de la última reverencia, mientras que por parlantes sonaba We Wish You Well.
Sólidos como de costumbre, pero siempre cargando el lastre en suelo chileno —que lo condena a ser un número de soporte: las primeras venidas junto a Judas Priest (2005-11), las últimas acompañando a Scorpions (2016-19). Quizás la deuda sea, algún día podamos verlos por cuenta propia. En tanto, quedémonos con el placer de tener un telonero de primera categoría.
Ya para las 22:00 hrs. en punto cayó, literalmente, el telón que fue el puntapié del plato fuerte. Sexta ocasión que los teutones llegan al país, esta vez enmarcados en el Crazy World Tour; que en el fondo se trata de la prolongación de la gira por el 50° aniversario —que también promocionó su último trabajo, el muy correcto Return to Forever (2015). Sin nada nuevo bajo el brazo qué mostrar, eso no fue impedimento para una verdadera cátedra de rock.
Porque hablamos de Klaus Meine y Rudolf Schenker, pilares fundacionales, que se empinan sobre los 70 años de edad; acompañados del guitarrista Matthias Jabs, casi una década más joven. Pero que son pura fibra y energía. Y si a ello se le añade la inclusión de Mikkey Dee, el otrora baterista de Motörhead, sólo cosas buenas pueden resultar. Porque tras la apertura de una de las “nuevas”, Going Out With a Bang, fue una aplanadora de sandías caladas que no dio respiro: Make It Real, The Zoo, la instrumental Coast to Coast, como un popurrí de cuatro canciones de sus olvidados años 70’s.
El pequeño y querendón cantante, que irradia un parecido al fallecido Ronnie James Dio, como un impecable maestro de ceremonias al que no le escasearon loas para con el público. Todavía con una enorme capacidad, pareciera no costarle llegar a las notas altas, o guardarse en el bolsillo a 15.000 personas —poco menos con un chasquido de dedos. Y tras la carta fuerte del ya nombrado Return to Forever, We Built This House, le dieron espacio al repertorio de la placa de 1990 que le da el nombre a la gira: Send Me an Angel en formato acústico al borde de la pasarela, Wind of Change —un verdadero himno de fines de la Guerra Fría, y Tease Me, Please Me.
Junto con un solo de batería desde las alturas, muy al estilo circense de Kiss, se le dio el vamos a otro punto alto: Blackout, Schenker robándose las miradas con su Flying-V que tenía añadido un pequeño tubo que dejaba una no menor estela de humo. Intuyendo que algo faltaba, específicamente del imprescindible Love at First Sting (1984), atacaron primero con Big City Nights, ya para el bis retomándolo con Still Loving You y Rock You Like a Hurricane; cerrando los 90 minutos de presentación.
Inagotables, basta nada más ver a Rudolf que se la pasó corriendo y saltando sin parar, pero con un pequeño dejo de que quedaron cosas en el tintero. Un par de infaltables, como Holiday y No One Like You, que no tuvieron cabida; a diferencia de las anteriores visitas, y quizás eso fue lo que nos quedamos esperando —resultando una versión un tanto más ligera de lo que nos tienen acostumbrados. Brillantes, por supuesto, pero en esta oportunidad un poco bajos en calorías.
Fotos: Bastián Cifuentes Araya