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Shame: «Drunk Tank Pink» (2021)
Dead Oceans, 2021
Shame ha regresado y su nuevo álbum es titulado así por un par de razones especiales: «Drunk-tank pink» supuestamente es el tono rosa de la pacificación. Con la intención del gobierno de esta especie de «tratamientos Ludovicos» que saca cada cierto tiempo, el fin era neutralizar la locura, la hostilidad y aplacar la violencia, el color se instauró y desarrolló originalmente para un instituto correccional naval en 1979, y cuando los estudios parecieron confirmar que sus efectos calmantes funcionarían, el tono se tomó las paredes de las celdas de la prisión, las salas psiquiátricas y, por supuesto, los tanques de borrachos («Drunk-Tank»).
Su segundo álbum lleva el nombre del pigmento, que el líder Charlie Steen untó en las paredes de un espacioso armario en casa. Durante un período de hermetismo autoimpuesto dentro de lo que bautizó como «el Útero», Steen se sentó en silencio y canalizó un ruido interno, pero paradójicamente no es mucho de lo que escuchamos en el disco: este tono no calmó sus pasiones musicales, al contrario, sirvió de ente catalizador para mucha rabia y energía que sale a expulsada a propulsión a chorro por la banda, todo comandado por el mismísimo James Ford (conocido por su trabajo con Arctic Monkeys, Foals y Florence + the Machine), en este segundo interesante disco de los británicos.
Corto e intenso, la banda principalmente se encarga de preservar esta tendencia de «neo-post punk» post 2020 propulsada por exponentes como IDLES, Working Men’s Club, Fontaines D.C. y Viagra Boys, entre otros. Shame es una opción de esta nueva cara del estilo que se intensifica, siendo bastante importante destacar que tienen sus diferencias y argumentos de aporte a esta cada vez más habitada nueva escena.
No es un disco de una sola mirada, o de un solo estado, por cierto. Steen reconoce la importancia del humor para Shame. “Si alguna vez dejara de ser divertido, la banda dejaría de serlo”, dijo a Loud and Quiet en 2018. Es difícil imaginar al grupo funcionando sin un elemento de alegría, pero está claro que el tiempo en que vivimos hizo que un puñado de canciones en Drunk Tank Pink entren en un territorio más sombrío. “Human, for a Minute” reflexiona sobre cómo nos vemos a nosotros mismos en el contexto de una relación (“Nunca me sentí humano antes de que llegaras”) y si nos sentimos merecedores de amor. Pese a que es un disco que lleva adrenalina por las venas, acá no ofrece catarsis, salvo por los simples y brillantes riffs de guitarra de Coyle-Smith; el revés de aquello son cosas muy encendidas como «6/1» que te pueden semivolar la cabeza por instantes y también nos regala algunos momentos culmines que encontramos como con la introspectiva y luminosa ‘Station Wagon’ que crece más y más y cierra el disco con gritos viscerales y riffs disonantes en sus más de seis minutos.
Momentos revitalizantes de la escena post punk histórica: guiños a clásicos como Talking Heads o Gang of Four, nos encontramos en las entretenidas «Water in the Well» o «Nigel Hitler», o en los tempos pequeños reflejos de cosas de The Hives post 2005. Hay un training, cierta destreza instrumental que evoluciona, que podemos evidenciar como un diferencial ante su debut, y debe ser porque entre 2017 y 2018, el quinteto del sur de Londres fue una de las bandas con más giras en Gran Bretaña, llevando su sonido post-punk desgastado a cientos de lugares y festivales. En este contexto la banda sobresale, dando un pequeño gran salto y ganándose un lugar en la cada vez más difícil relevancia musical actual de tiempos donde el encierro y la pandemia, paradójicamente, han inspirado grandes cosas y ha hecho sacar fuera cosas que tal vez en un contexto normal quizá no hubiera pasado.
Por Patricio Avendaño R.