Simple Minds: Los embajadores del new wave escocés
Hablar de la música de los años ‘80 es abrir un cofre lleno de nombres emblemáticos: U2, Depeche Mode, The Cure, The Police, por dar algunos ejemplos. Sin embargo, en esa constelación de estrellas musicales, Simple Minds brilló con una luz única, fusionando la esencia del rock con la sutileza de los sintetizadores. La banda escocesa no sólo se aventuró a explorar los paisajes sonoros del new wave, sino que también los moldeó, dejando un legado tan versátil como poderoso.
Aunque su éxito más reconocido, «Don’t You (Forget About Me)», ha eclipsado el resto de su repertorio, reducir a Simple Minds a una sola canción sería un error imperdonable. Su música, con atmósferas melódicas cargadas de emoción y letras que evocan motivación a seguir, continúa resonando en los corazones de quienes buscan en la música una experiencia transformadora.
La banda nace en la ciudad de Glasgow a fines de los 70s de la mano de dos amigos de infancia, Jim Kerr y Charlie Burchill, que con una visión inquieta, exploraron influencias tan diversas como el glam rock, el krautrock y el post-punk experimental. En sus primeros álbumes, Life in a Day (1979) y Empires and Dance (1980), ofrecieron un acercamiento a la música electrónica, pero fue con New Gold Dream (81-82-83-84) (1982) que la banda encontró una voz que los definiría. Este disco no solo los posicionó como referentes del new wave, sino que también marcó el inicio de lo que sería una carrera exitosa.
Con trabajos posteriores como Sparkle in the Rain (1984) y Once Upon a Time (1985), Simple Minds mostró su capacidad para crear himnos épicos, llenos de esperanza y grandeza, pero fue este último el que consolidó esta idea con canciones como «Alive And Kicking», «Sanctify Yourself» y «All the Things She Said» lograron convertirse en un manifiesto sonoro de la época con melodías expansivas y letras alentadoras.
La sombra de Don’t You (Forget About Me)
En 1984, cuando Keith Forsey y Steve Schiff compusieron «Don’t You (Forget About Me)», la canción pasó por el rechazo de Billy Idol y The Fixx antes de llegar a Simple Minds, quienes también la rechazaron ya que buscaban grabar únicamente material propio. Fue por la insistencia del sello discográfico y del propio Forsey que decidieron reconsiderar la grabación de la canción. Sin embargo, Kerr y Burchill adaptaron la letra y reconfiguraron las guitarras, dejando ver su carácter.
La canción, inmortalizada en la película The Breakfast Club, se convirtió en un símbolo de la adolescencia de la década de los 80s y los catapultó hacia el estrellato internacional. Más allá de su origen, esta pieza terminó siendo suya, resonando con la misma autenticidad que el resto de su obra.
Simple Minds no es solo una banda; es un puente entre épocas, un recordatorio de que la música, cuando nace del alma, se convierte en un legado eterno.
Simple Minds regresa a Chile después de 30 años el próximo 29 de abril de 2025, en Movistar Arena.
Entradas disponible en Punto Ticket.