«St. Anger»: el disco más caótico de Metallica
Elektra, 2003
Hay que hacer contexto. Metallica venía de unos años ‘90 en los que asomó una nueva juventud, la cual tenía otra actitud respecto a aquella de los ‘80 y, también, tenía acceso a nuevas tecnologías y mayor facilidad para adquirir música. Si a esto le sumamos una industria musical bastante consolidada, el panorama no era fácil para los de San Francisco, quienes ya se empinaban por sobre los 30 años, con absoluta fama y generosas cuentas bancarias. Así, llegó el “Black Album” y partió a la mitad al universo Metallica marcando una evolución, al parecer, positiva, pues consiguieron seguir siendo una banda relevante y adaptada a las nuevas corrientes que eran del gusto de esta juventud noventera, pero debiendo pagar costos más altos para mantener esa vigencia. Sino, que hablen “Load” y “Reload”.
“St. Anger” ve la luz seis años después del criticado “Reload” y en plena disputa de la banda con Napster, lo cual les ganó miles de detractores. En medio de todo este aire viciado, Bob Rock, el mismo que les ayudó a crear un sonido nuevo en los ’90, toma las riendas del proyecto “St. Anger” sin preocuparse demasiado de los dos (distintos) tipos de fans de Metallica: los devotos de los cuatro primeros discos, puristas extremos del metal y que siempre están exigiendo que “vuelvan” a sus orígenes y, por otro lado, la nueva generación, aquella que enganchó en los ’90 con una propuesta sonora más suave y que había que seguir teniendo cautiva, dada la amplia oferta existente. El escenario para este octavo álbum parecía campo minado.
Los temas que abren los discos de Metallica siempre tienen magia, son un reflejo del resto del álbum, y si entramos en las odiosas comparaciones, a “Frantic” le falta esa aura, aunque sí tiene un riff que no sale de tu cabeza por su frenesí; sus antecesoras la dejan más pequeña más no es desechable, no es un mal tema para nada. “St. Anger” se quedó corta porque no logró crear el puente para prolongar su arranque fantástico, porque bien podría haberse convertido en otro himno de la banda; hay que rescatar el estribillo y los cambios de ritmo que le dan bonos a favor, pero le jugó en contra sus siete minutos de duración.
“Some Kind of Monster” tiene un inicio intenso, preciosos minutos. Cada instrumento se va entrelazando y subiendo en intensidad hasta llegar a un riff explosivo. A pesar de durar más de ocho minutos se siente bastante redonda, sin embargo, ya la fanaticada de base empezaba a olfatear que las ideas eran básicas para una banda como Metallica, más aún si entre canciones asomaba una mezcla molesta entre algo de Korn y un poco de Deftones, más una batería ensordecedora y descontrolada. ¿Y qué decían los recién llegados al universo Metallica?, se sentían desorientados, principalmente por la duración de algunas canciones. “Shoot Me Again”, “Unnamed Feeling” y “All Within My Hands” tienen una propuesta interesante por los cambios de ritmo y la mezcla entre cuerdas y percusión, pero les faltó un toque extra, haberles dado una segunda vuelta para haberles incorporado más matices. Por eso, todo se reduce a un sonido muy crudo y sin una aparente elaboración; tras muchas escuchas, claramente no la buscaban.
Este disco tomó forma con un James saliendo de rehabilitación y sin bajista oficial, lo que le agrega dificultad si lo que queremos es definir su dirección creativa. Es obvio que busca las raíces, busca perderse constantemente entre el querer sonar como una expresión volcada más a la furia del punk, pero a ratos también oímos la afinación del Nu-metal de la época; “My World” y “Dirty Window” son ejemplos de este desorden. Reitero que “St. Anger” tiene buenas propuestas, un puñado de riffs muy interesantes y canciones que no son malas, todas envueltas en un concepto de “ira” muy propio de James, pero que no llegó a todo este dispar universo con la misma claridad.
Esto último también se reflejó en el estilo de la portada y del diseño interior. El arte es de Brian Pushead Schroeder, quien ya había colaborado con la banda en diseños de camisetas y merchandising. Ese puño atado dando un golpe de timón intentaba manifestar, de forma poco acabada, la ira y opresión sucia y directa que guió este trabajo. También la sepultó la historia de sus antecesoras, pero estamos claros que no corrieron reglas de «elaboración”.
Cuando a un disco lo anteceden siete álbumes, y cuatro de ellos son verdadera quintaesencia de un género, sumado a cambios de era social y musical y con la banda en recomposición (Trujillo no participó del disco, aunque le dieron los créditos), podría resultar este “St. Anger” un trabajo muy simple para reenganchar al primer grupo de fans del que habíamos hablado, y demasiado duro para convencer al segundo. El resultado de estas canciones desnudas, frías, sin tanta producción y sonando al garaje de la casa o a un demo, más bien son la expresión de desear un recomienzo, algo así como un saludo a la bandera ante lo ya realizado, para partir de cero. Tratar de sonar a “Kill ‘Em All” no era descabellado el año 2003 y tras una década ’90 muy desagradable para la banda, valía la pena planteárselo.
A pesar del odio y las habladurías, está certificado doble platino y oro en varios países.
A muchos discos despreciados en su momento, el tiempo terminó por darles la razón. “St. Anger” es lo peor evaluado por la crítica pero dentro de una historia absolutamente determinante; en su favor, se debe reconocer que es pura fuerza bruta que batalla sin tiempo para pensar en solos estilizados o trucos de producción (como reducir el bajo). Este álbum reflejó la necesidad del sonido de ayer apoyándose solamente en vivencias, sentimientos e introspecciones de un James lastimado. “St. Anger” es un álbum duro y no heavy, por eso lo alejó del fan de siempre y lo acercó a la generación del siglo XXI, esa que no supo de avalanchas de grunge, britpop y Nu-metal de corta duración. El disco buscó arroparse en potencia turbia y amarga al oído, y aunque sí hay desorden en un par de pasajes, lo que escuchamos es una banda tocando solo con ímpetu, como el de de aquellas tocatas de cuando nadie te conoce y tienes derecho a equivocarte y a no conceder cortesías comerciales.
Por Macarena Polanco